Su tigre miniatura la miraba con reproche a través de la ventana. Era descortés sacarlo a esa hora, pero más lo sería dejarlo adentro. Encendió el gas y se recostó en la cama. No debería tardar demasiado, después de todo, vivía en un monoambiente. Cerró por última vez sus ojos de largas pestañas e imaginó la escena en el noticiero.
—Tragedia en el barrio de Palermo. Presunto suicidio de mujer de treinta años que fue hallada… con el cabello grasoso y apestando a sudor. No, no. Debía mejorar eso.
Se apresuró a apagar el gas, abrió la única ventana que tenía mosquitero para que no se metiera el michi y corrió al supermercado. Se trataba de su último baño, debía hacerlo bien. Después de todo, era una perfeccionista.
Ya de regreso, equipada con sales minerales de grato aroma y un set de velas, se relajó en el agua caliente mientras se rasuraba las piernas. Luego se perfumó, se dio un toque de rubor ligero para verse naturalmente bella y se dirigió a la cocina. Estaba por encender nuevamente el gas, cuando sintió el olor a sopa de los vecinos. Pensó que, si los culpables de los crímenes más atroces tenían derecho a una última cena, también lo merecía ella. Encargó pizza y helado y encendió el televisor.
Para cuando llegó el pedido estaba enganchada con una serie. Le dio una propina ridículamente generosa al repartidor y se divirtió al advertir admiración en sus ojos. Siempre había sido bonita, pero el baño relajante y la falta de preocupaciones le habían rejuvenecido el rostro con mayor efectividad que cualquier crema.
Se arrojó al sillón a deglutir el pan con mozzarella con un inmenso placer, sólo opacado por la ausencia del gato. Abrió la ventana y lo hizo ingresar. Dos horas después los ojos le ardían por tanta pantalla y aún estaba lejos de terminar la serie, que resultó tener siete temporadas. Sintió lástima por los protagonistas; tenían muchísimos problemas. Tal vez sería mejor idea continuarla al día siguiente, después de todo, se había largado a llover y sería cruel sacar al minino, que dormía hecho un bollito en la almohada. Era hermosa, la lluvia. Un día se despediría de ella saliendo a caminar sin paraguas. Pero en verano; ahora se congelaría.
Lavó los platos, puso la alarma del despertador, que había desprogramado para no importunar a los vecinos, y miró de reojo a la hornalla de la cocina, fastidiada de tener que vivir unos meses más.
NATALIA DOÑATE
Imagen: Autor: pasuay @ incendo / Foter / CC BY-SA
Coincido con anteriores comentaristas: la importancia de las pequeñas cosas: la belleza en un relato. No dejemos que nos lo quiten.
Bellas todas tus pequeñas cosas, he dado una ronda por varias entradas y he dejado algún rastro. Saludos desde la tierra del café colombiano.
Saludos y muchas gracias por pasar
Iba a decir que para hacer un cuento tan bueno y con tan poco tiempo.
Este es buenísimo. Felicidades.
Amiga, cómo lo hase???
(P
Excelente, con qué facilidad los pequeños placeres de la vida la van haciendo cambiar de opinión. Porque al final la felicidad son sólo momentos. Muy buen relato Natalia.
Gracias Ana! Y siempre un gatito suma 🙂
¡Definitivo!
Muy bueno, a veces las pequeñas cosas te hacen cambiar de opinión, incluso de forma de vida. Es curioso, porque tengo un texto programado que trata de «alguien» que también iba a quitarse la vida, pero sucede «algo». Curiosa coincidencia aunque sean contextos diferentes. Brillante texto Natalia. Un abrazo.