Cómo escribir un clásico

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Queridos lectores. Mi papá tuvo una idea y me pidió que la pase a palabras, así que hoy los dejo con una co-autoría. Esperamos que les guste 🙂

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Con colaboración de Miguel Doñate

            Un par de llamadas telefónicas del buen Harry, su fiel pero crédulo agente literario, y ya tenía en su escritorio las llaves de una mansión en la playa. Una musa inspiradora de mármol, madera y cristales totalmente a su disposición por ese invierno. Las provisiones, cortesía de un millonario mecenas de las artes, los grandes ventanales al mar y una chimenea imponente para calentar sus huesos de setenta y seis años eran tan sólo un plus. Lo que realmente necesitaba era la soledad.

Sus olvidos habían ido empeorando con el tiempo y sabía que se estaban volviendo peligrosos. No podía ser descubierto antes de terminar su obra maestra. Las decenas de romances insípidos que alimentaban sus cuentas bancarias habían dejado a su ego sediento. Tenía una última oportunidad de dejar un legado, una novena sinfonía que no llegaría a escuchar pero que llevaría su nombre. Un clásico.

Miró con nerviosismo cómo las provisiones y la leña se habían reducido a la mitad. Mediados de invierno. Hojas en blanco. No sabía cómo habían pasado los días hasta el momento, ni qué tenía que hacer con esa máquina de escribir frente a él. Decidió llevarla a dar un paseo.

A lo lejos de la casa se erguía un anciano roble sin hojas que le recordó a uno que trepaba de niño. Se acomodó en el abrazo de sus raíces y se preguntó si él sería como ese árbol. Tal vez sus recuerdos más arraigados soportarían el paso del tiempo, o quizás su mente se asemejaba más a la copa despoblada. Pero se sintió inspirado y tomó la máquina de escribir. Escribió como un poseso hasta que se encontró tipeando en la oscuridad. Decidió volver a la casa, no sin antes dejarse un recordatorio en la primera hoja del manuscrito:

“Importante: Coger víveres, abrigo, máquina portátil y llevar este manuscrito al roble.”

Se sintió en paz. Tenía un método y una idea. Desde entonces durmió en el sofá, con el manuscrito a su lado cual oso de felpa. Lo tomaba al despertar, medio desorientado, leía la primera página y se dirigía al árbol. Allí se reencontraba con su “yo” de antes y juntos escribían hasta que caía el sol. El frío podría matarlo, pero el libro lo resucitaría como a un Fénix. La leña y los víveres empezaron a durar más.

La incipiente primavera encontró al escritor enclenque, al borde de la muerte y tipeando furiosamente bajo el árbol más feo del jardín. Decidió lavar esa imagen patética derramando sobre ellos una lluvia torrencial. El escritor corrió a los tropezones hasta la casa, aferrando con fuerzas un manuscrito al que el viento le había robado la primera hoja. El árbol no se inmutó.

Pocos días después un desprevenido Harry estacionaba su Volvo en la entrada de la casa. Había respetado la voluntad del escritor “los genios están todos locos” pero estaba ansioso por ver sus avances. Se encontró con una casa mugrienta y caótica.

Frente a la chimenea, los despojos vivos de un hombre sucio y desorientado calentaban sus dedos, flacos como garras, ante un fuego humeante, alimentado por lo que parecían cientos de hojas mecanografiadas.

NATALIA Y MIGUEL DOÑATE

Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/patuska-34559

7 Comentarios

  1. Un relato muy interesante, el tema de la demencia senil, o alzheimer es duro. Retratas a un escritor afectado por eso, al que el tiempo ya no le alcanzó para hacer su»obra maestra» Como siempre muy bien escrito y creo que hay un consejo aquí: no dilapidar nuestro tiempo, porque es finito y nos vamos estropeando de a poco. Saludos y excelente inicio de semana ¡dile a tu papá que me ha gustado mucho!

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