El acuario

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            Horacio era un escritor innato a quien la falta de tiempo, consecuencia de un empleo exigente, lo había alejado de su sueño. Tras un par de intentos que no llevaban a buen puerto decidió dejar de presionarse y trazar un plan a largo plazo. Abriría una “Caja de ahorro de ideas” donde depositaría los distintos pensamientos interesantes que surgieran en su mente. Algún día les dedicaría el tiempo que merecían y para entonces ya tendría suficiente material para una novela, o quizás dos.

Tomó una resistente caja de cartón de buen tamaño, intentando hacer caso omiso al interrogante de cuánto dinero habría gastado su mujer en ese par de botas, y le recortó una ranura. Luego, con un marcador indeleble escribió “IDEAS” y dibujó una lamparita. Finalmente unió la tapa al resto de la caja con cinta adhesiva para no tentarse a abrirla antes de tiempo.

Como ceremonia de inauguración recortó un trozo de papel y escribió su primer aporte:

“Una novela sobre cómo un sujeto común y corriente colecciona ideas y un día las entrelaza en una gran historia.”

Satisfecho con el uso poético de la palabra “entrelazar” guardó la improvisada urna en el armario del garaje, el cual visitó periódicamente desde entonces. Rimas, frases sueltas, anécdotas, recortes del diario, hasta una publinota sobre un “detector de idiotas” que le resultó absurda, todo servía. Era crucial documentarse lo mejor posible.

Finalmente llegó el día en que se despidió de sus compañeros de trabajo y regresó a casa con un champán y una placa. Hora de volverse escritor. Sin esperar un segundo más, sus manos ávidas de acción tomaron la caja, cuyo peso había aumentado proporcionalmente al de su dueño. Extendió las tijeras a su mujer, quien hizo los honores con el corte de cinta.

—En este humilde acto doy por inaugurada la próxima fase de mi vida —sentenció con alegría y dispersó el trabajo de años sobre la mesa.

El patetismo de la imagen fue una metáfora tan perfecta de su ilusión destrozada, que ni el más consagrado poeta lo habría descripto mejor. Los papeles estaban estropeados, devorados, rotos en mil pedazos. Con un hilo de voz pidió quedarse a solas para revisarlos uno por uno.

“colecciona ideas”

“arma de fuego”

“hormigas por doquier”

No había nada que rescatar. Pura basura. Como llamada por el sonido de su llanto, su mujer abrió suavemente la puerta y le preguntó cómo se sentía.

—Terriblemente culpable —respondió.

En vano intentó ella explicarle que se trataba de polillas u otros insectos. Él estaba convencido de que sus amadas ideas, hacinadas en ese pequeño espacio y sin ningún tipo de sustento, se habían comido entre ellas, como ocurre cuando se juntan peces incompatibles en un acuario.

NATALIA DOÑATE

Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/MEHDI786-66399

12 Comentarios

  1. Que bueno Natalia. Papeles que se devoran entre sí. La idea de guardar ideas es genial (perdón por la redundancia), pero lo cierto es que hay que vivir un poco más al día y llevarlas a cabo. Yo hace tiempo que no guardo apenas nada, prefiero vivir de emociones y realidades que de ideas por hacer. Un abrazo.

  2. Una hermosa metáfora respecto de los hombres y sus sueños que no se cristalizan, debido a diversos factores, entre ellos el humano (el de mayor relevancia). Muy bueno Natalia.

  3. Vaya con la imagen que nos dejas al final…ideas antropófagas… Está muy bueno el relato y creo que Horacio no andaba equivocado. Yo por ejemplo voy coleccionando en el celular, frases o imágenes que luego me inspiran. Quizás debió hacer uso de la tecnología en vez de usar papel. Me gustó mucho Natalia.

  4. Pues la idea de Horacio no era nada mala… Aunque me temo que hay que hacer las cosas al momento, vivir el día a día, porque si lo postergamos todo, nos puede pasar lo mismo que a él.
    Un abrazo. Y feliz lunes.

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