Las inundaciones eran frecuentes en la zona, pero jamás habían provocado tantos destrozos como en aquella ocasión. Su pequeña familia de tres integrantes había despertado en medio de la noche con borbotones de agua marrón entrando por debajo de las puertas y las rejillas de los baños. No había manera de frenarla.
El acto reflejo de su marido fue cortar la corriente; después, no hubo nada por hacer más que subirse a la mesa del comedor a esperar a que llegara el día. La humedad, el frío y la oscuridad eran desoladores para todos, menos para el bebé, que dormía plácidamente en brazos de su madre, inocentemente feliz de no estar en la cuna.
De a poco el agua fue cediendo terreno. El barrio se convirtió en una peculiar feria de muebles. Los vecinos, puertas abiertas, lavaban y secaban sus pertenencias en la calle: sillones, alfombras y muebles de madera. Los colchones, irrecuperables, yacían apilados en las esquinas. Nadie se escandalizaba por ver gente en pijama o con los ruleros puestos, desayunando en plena vereda. Algunos dormían al sol.
Los afortunados que tenían casa de dos plantas rogaban que al secarse los cables volviera a funcionar la heladera. El resto permanecía atento a las camionetas de las distintas ONG que repartían frazadas, alimentos no perecederos, ropa y pañales.
El pequeño Tomi empezó a protestar por falta de atención, pero al ver que su madre se largaba a llorar, se detuvo confundido. Ella ni se enteró. Arrodillada ante una caja empastada de barro, pensaba en los fragmentos de su vida que serían irrecuperables: las fotos, las cartas de su abuela, su primera ecografía donde su hijo era apenas un frijol.
En su casa el agua había alcanzado el medio metro de altura, marcando una línea divisoria en la pared. De ese punto para abajo, todo era perdición. No podrían volver a encender la luz hasta asegurarse de que los cables estuvieran secos, por lo cual decidieron pasar la noche en un hotel. Entre sábanas impolutas soñó que toda su casa se hallaba cubierta de agua, pero ésta era bella y cristalina, y ella buceaba entre naipes españoles sin necesidad de salir a respirar.
Al día siguiente se enteró por el noticiero: la vecina de la esquina, una señora mayor que vivía sola, ya no formaba parte de este mundo. Se creía que había tropezado en medio de la oscuridad y allí se había quedado. Imaginó los gritos ahogados en barro. Una muerte terrible.
Abrazó con adoración a su criatura, que se encontraba jugando con el único oso de felpa que habían podido rescatar. Encontró consuelo en pensar que su familia seguía entera, que lo más importante de su vida se hallaba en esa habitación de hotel.
Pero pronto pensó en su caja de recuerdos, en el sommier empapado en lodo que aún estaban pagando en cuotas, en la escritura de la casa que deberían volver a tramitar, en el acta de matrimonio, en las suaves mantitas con olor a bebé que ya no servirían ni de trapo de piso. Hongos trepando por paredes y muebles. Rompió en llanto y, esta vez, Tomi se sumó.
Que a esa pobre mujer la llorara su familia; ellos tenían sus propios problemas.
NATALIA DOÑATE
Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/drotmalac-38876
Ah!, conviene recordar aquello de: “Cuentan de un sabio que un día…”. Bellísimo el relato, rico en matices y en exploración de los sentimientos. No cabe duda que es una prosa poética de esa sin la cual la vida sería un arroyo reseco.
Me sé ese pedacito de memoria. Increíble que justo lo hayas mencionado (y no es que me sé un montón de cosas, pero justo ese sí!). Gracias por tu análisis tan grato y amable
Transmites muchísimo en tus textos, que nos sitúan con facilidad en primera línea de lo que estás contando de una manera casi real. Separación de dolores: los nuestros y los ajenos. Es posible que un dolor sea mayor que otro, es posible que sean dolores distintos. Pero cada dolor depende de nuestra capacidad emocional en cada momento. Y ésta a veces se desborda como el agua de tu relato. Un abrazo Natalia.
Gracias, Sabius. Creo que muchos en algún momento hemos sentido culpa de quejarnos por nuestros pequeños problemas, habiendo gente que la pasa peor, pero ser humano es, justamente, ser subjetivo. Te agradezco mucho tus palabras tan amables
Juegas con las palabras y ganas.
Te veo conquistando Europa con un nuevo tipo de realismo, que en algunos casos no es como la ola de García Márquez, mágico, pero que dista del trágico de la crónica pura y dura que con diversas tensiones aquejan a nuestra gente y azotan, como en este cuento, nuestras tierras. Salud por ello!
Wow. Mi más sincero y anonadado gracias!
Una redacción muy fluida. consigues que sea fácil ubicarse en ese mismo lugar
Con la realidad que desprende el relato, parece que estuviera flotando en esa terrible inundación. Terrible, pero natural, la disyuntiva entre la pena propia o la ajena.
Un gusto leerte, compañera. Adelante!
Y pensar que es la realidad para muchas personas. Muy bien narrado, la imagen de la mujer nadando en su casa es muy evocadora. Y bueno, somos humanos y a veces aunque racionalicemos una pérdida, eso no quiere decir que no duela o que dejará de preocuparnos. Saludos Natalia…
Totalmente, sólo podemos ver el mundo desde nuestro pequeño espacio finito. Gracias Ana por pasar