No llegaba.
El gerente iba a estar furioso. Parte de él se alegró de fallarle; saboreó la imagen de su inutilidad evidenciada ante el cliente: gritos, mejillas encendidas y un corazón bobo atragantado en la garganta. Bien merecido.
Sintió que la gente se aproximaba horrorizada. No prestó atención. Se preguntó en cambio si había pagado el gas. No. En este mundo sin humanos detrás de las líneas, con algoritmos a quienes poco le importan los imprevistos, te cortan el servicio. Y eso que su excusa era jodidamente buena. “Critón, le debemos un gallo a los del gas”. Tampoco iba a poder recibir al técnico de la heladera. Ya lo había plantado una vez, ahora iba a dejarlo con la idea de que era un narcisista a quien no le importaba el tiempo ajeno. Él, que tan respetuoso era.
Un señor mayor con visera azul marino y chaleco beige vomitó y cayó desvanecido. La mujer policía lo atajó justo antes de que tocara el suelo. Pobre hombre. Seguro iba a ir preso. Escuchó a alguien decir que se había dormido al volante. Una desgracia, parecía buen tipo. Habría querido consolarlo, pero ya se lo llevaban. “Uno a veces está en otra, somos humanos, joder”.
Sintió el pantalón húmedo. ¿Pis? No, más sangre. Menos mal, habría sido un papelón. Era curioso cómo todo eso que iba adentro, ahora estaba afuera. Se preguntó quién se encargaría de limpiar el desastre. Él se quejaba de su trabajo, pero hoy le había arruinado el día a alguien más. A lo lejos escuchó la sirena de la ambulancia. “Qué extraña prioridad, la de esta gente” pensó. Era claro que no iban a poder hacer nada allí.
De pronto vio todo negro. Ojos abiertos. “Todo negro aunque ojos abiertos”. ¿De qué se estaba olvidando? Pero ¡claro!
Él. Le dolía en el alma, pero había llegado la hora de pensar en él. En su cabello grueso de tres tonos de rubio diferentes, en sus pies enormes que auguraban un joven alto y corpulento, en sus ojos de miel, su cuerpito flaco y musculoso de tanto trepar árboles. Su corazón estalló de amor sin palabras. Quiso dedicarle un último pensamiento de despedida, mandarle su amor a donde sea que estuviese.
No llegó.
NATALIA DOÑATE
Imagen: Autor: Viktor Hanacek
No me extraña que no llegara. Hay servicios de mensajería que dejan mucho que desear.
Ahh pero cuando le quieran cobrar por el servicio.. a reclamarle a Montoto
¡Uy! hoy te ha salido uno de esos estremecedores…muy bueno. Los momentos finales de alguien, ¿en qué pensaremos? ¿da tiempo de pensar? Excelente.
Jaja gracias Ana!
Increible ! Muy bueno!
Graciaa! 🙂