El que sabe, sabe

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blog literario

Verano.

Adentro, dos hermanos de once y ocho años juegan ajedrez bajo el cobijo del aire acondicionado.

El público: dos perritos de peluche (uno es tan realista que impresiona), una vaca-escocesa-made-in-China (aquí responde al simple nombre de “Vacaponi”) y una oveja de plástico que, en un esfuerzo por distinguirse del rebaño, se ha puesto una gomita de pelo anaranjada a modo de collar.

Las reglas están claras y se respetan a rajatabla. Cada pieza ocupa su posición inicial y hay que moverse por turnos. El caballo avanza en “L”, el rey, de a un lugar por vez. La reina es libre pero conviene cuidarla, o la partida se extenderá indefinidamente.

Tanto la estrategia como el pensamiento a largo plazo duermen la siesta.

Un alfil heroico mata a un peón, para luego morir en manos de otro -¿quién le baja los humos ahora? La torre negra, indecisa, avanza y retrocede posiciones sin ton ni son y el caballo blanco sufre de un trastorno de personalidad en el que se cree cabra. El único que parece disfrutar del juego es el rey, quien anda a los saltitos entre cuadros (uno negro, uno blanco) como si de charquitos de lluvia se tratase. La reina lo observa con resignación. Demencia, probablemente.

De pronto, la torre tiene una epifanía y cruza el tablero de punta a punta cual jugador de fútbol en posición adelantada.

Jaque mate.

El público se retira satisfecho, a excepción de Vacaponi, que hace un berrinche revoleando piezas por toda la mesa. Los niños ríen.

Cualquiera diría que no saben jugar. Yo digo que saben vivir.

NATALIA DOÑATE

Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/kd5ytx-32181

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