Siete vidas

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            Años de terapia y degustaciones de drogas -legales y de las otras- para una conclusión desoladora: daño irreversible. El recuerdo había echado raíces putrefactas y no se iría sin arrancar un buen pedazo de su cabeza. Poco tentada a ser una versión mal arreglada de sí misma, optó por asesinarse. Un acto de eutanasia, en nada comparable a un suicidio. Se desharía del “yo” que sufría y utilizaría ese cuerpo joven de corazón bombeante para alguien más, con quien sólo tendría en común el documento de identidad y el registro de conducir.

Como ceremonia fúnebre se arrancó un cabello de la nuca y lo sepultó en el jardín. Bajo una pequeña cruz de madera con sus iniciales apoyó con delicadeza una rosa, su flor preferida. Desde entonces, compraría jazmines. Cambió vestimenta, modos y amistades. Adoptó un gato, que su antiguo yo habría odiado.

Ocasionalmente, la imagen de un cuarto oscuro con olor a alcohol se colaba en su mente, pero ella la devolvía a su tumba junto a una nueva rosa, aliviada de que ese recuerdo no fuese suyo. Pobre difunta.

Fue novedosamente feliz por meses. Una noche regresaba tarde del bar cuando dos hombres la sorprendieron en una esquina. Humillada y escupiendo sangre sepultó otro cabello arrancado de su nuca. Rosas y jazmines en el jardín, lilas en el florero de la cocina.

Una y otra vez valió la pena. Tirón de cabello y cuenta nueva. Para su vigésimo noveno cumpleaños estaba radiante. Decidió autoagasajarse con una clase de salsa, ya que el rock yacía con su “yo” número cuatro. Entre pasos y giros conoció a Diego, de quien se enamoró perdidamente. Sorpresivo, pero ¿cómo evitarlo? Era bueno, fuerte, alto. Olía a madera mojada.

Fueron inseparables hasta que surgió el tema del pasado. En vano explicaba ella que no tenía uno. Él se enfurecía. Sólo intentaba conocerla mejor.

Una tarde amena preguntó por las seis pequeñas tumbas en el jardín.

— ¿Tuviste muchas mascotas?—

Permaneció muda. Él se fue dando un portazo. Dos días después llegó el ultimátum: o se abría, o lo perdía.

Pala en mano partió a golpes las cruces y arrojó los pedazos a lo lejos. Luego, se desnudó y removió la tierra para untársela por el cuerpo. Funcionó. Entre lombrices y gusanos resucitaron sus malos recuerdos, pero también había de los buenos. Tardes con amigas, mascotas de la infancia, caricias de mamá. Pequeñas monedas de oro.

Entendió que el remedio era el amor. Le contaría todo.

Apoyaba ambas manos en la tierra para incorporarse cuando sintió un tirón en la nuca.

Esta vez, recibiría claveles.

NATALIA DOÑATE

14 Comentarios

  1. Rosas, jazmines… y ese nombre, el de mi hijo. Justo ayer, una muerte más. Nos sepultamos una y otra vez con la esperanza de que al abrir los ojos ya no estemos ahí, de que ya no seamos los mismos. Y, no obstante… ¡el dinosaurio de Monterroso continúa tumbado en la esquina! Saludos desde la ciudad de Guatemala (4:00 a. m.).

  2. El cuento es estupendo, querría mandarte un mensaje privado pero creo que no se puede.
    ((Te tengo que pedir mil excusas porque el cuento va muy bien, pero de verdad el final no lo entiendo. Lo he vuelto a mirar y me siento tonto por no entender lo del tirón en la nuca. ¿Te refieres a un disparo?))

    • Jaja no pasa nada , me vienen bien esos comentarios. Ella se «asesinaba» quitandose un pelo. Al final, con ambas manos el en piso, siente el tiron de pelo.igual. O sea, alguien la asesinó. Quise hacer como que ella misma no pudo salir del loop de suicidios aunque en la ultima vida, ella no lo genero. Pero bue, es a libre interpretacion

      • Esta mañana al despertar estaba pensando en ello y me di cuenta de que el tirón era del cabello. Pero no entendía que el actor fuera externo.
        Aclarado y te repito que el cuento es ingenioso y muy bien desarrollado.
        Saludos

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