Un novio empático

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Clarita nunca discutía. Y no lo haría esa vez. Vista de refilón -su nariz redondita, la sonrisa amena y pálida- resultaba tan amenazante como un gazapo. Sin embargo, él se sintió desfallecer.

—¿Acaso te ofendí? —Jadeó, aferrándose a la palanca de cambios.

—Para nada, cariño —rio ella. Avaló la declaración de paz con un golpecito cariñoso en el brazo.

El castigo, no carente de ingenio, llegó en tiempo y forma. Cuando se detuvieron a cargar nafta y él corrió a comprar los chocolates que le había negado en la parada anterior, un murciélago salió de la nada para hincarle los dientes, justo en el punto donde ella lo había tocado.

—Deberías hacértelo ver —le oyó decir, visiblemente preocupada—. A ver si encima te da rabia.

—Entiendo —respondió él. Y no mentía. Su novia no estaba ofendida, sino rabiosa. Se ganaría el indulto a fuerza de inmunoglobulina y vacunas.

Pese a las «casualidades», como ambos las llamaban, se amaban. Habría caído en coma por negarse a hacerle un té. Su hechicera se saltaba las leyes de la física y la lógica, pero jamás la del talión. El día en que su padre falleció, sólo por regalarle flores baratas en San Valentín, decidió que había tenido suficientes accidentes.

—Quiero que cortemos —admitió ante sus ojos café y un sorprendido tiramisú. El ardor instantáneo en el pecho le supo a infarto.

Ella parecía confundida. Quiso ayudarla.

—Te rompí el corazón. Por eso estás rompiendo el mío.

El entendimiento iluminó sus pupilas.

—Oh, ya veo. Gracias, cariño —respondió, tomándole las manos—. ¡Cómo echaré de menos tu empatía!

NATALIA DOÑATE

16 Comentarios

  1. Yo también seré sincero pero no entendí, lo reeleré, soy yo no sos vos. Narrás muy bien, pero se me hace que ando reprobando comprensión de textos…¿será el alemán que se viene asomando? Jaja, gracias Nati.

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