Amigos de Argentina, si alguno anda cerca y quiere pasar a saludar, ¡los esperamos!
Postal de una ventana
Descanso de escribir escribiendo.
La puerta de salida poco me tienta. Dispongo de infinitas ventanas. Abro una nueva, la ganadora de quién sabe qué juego de azar de Word, y en ella trazo un sendero ignoto de letras despreocupadas.
“Descanso de escribir escribiendo” es el «¡Ábrete sésamo!» de un universo infinito cuyas pretensiones no esclavizan. Un oasis de oxígeno que acalla las demandas de las hermanas Bosco, a las que, tonta de mí, acabo de conjurar.
—Son sólo letras —me engaño, a sabiendas de que jugar con ellas trae consecuencias. Me aburren hasta la desesperación. Sus compañeros, futuros hijos de mi teclado, acechan tras los árboles, reclamando su parche de sol. Es menester poner distancia, dar reposo a los renglones recorridos ya tantas veces. ¡Dejad que crezcan los yuyos! La poda de mañana aireará la tierra apelmazada. Proliferarán las lombrices.
Recoger piedras es una tarea maldita, pues siempre queda alguna: la coma rezagada, la frase idiota con delirios de grandeza, campamentos alineados en migajas… que no conducen a nada. Hoy disfrutaré del horizonte blanco, del andar confiado. No hay con qué tropezarse.
“¡Ciérrate, sésamo!” es la despedida que exige este relato. No la obtendrá. En la tierra de la libertad, las ventanas se cierran con un ladrido.
—¡Guau, guau! —dice un perro argentino.
A lo lejos, flota un globo. Se parten de la risa las olas.
NATALIA DOÑATE
Hilo de pensamiento
Inspirada por un renovado sol de primavera, alargué el regreso a casa por Plaza San Martín, uno de los tantos espacios que oxigenan el microcentro bonaerense sin censurar insultos ni bocinazos. Mi mente cantaba estropeando las letras, conservando las rimas. El hilo de pensamiento casi me tira al suelo. Se encontraba atrapado, tirante, entre dos bancos de piedra. Su color verde agua denotaba que no era mío, pero su abandono de billete de dos pesos me incitó a enroscarlo en la muñeca, como quien recoge un barrilete.
La voz ajena comenzó un monólogo al que mis pasos dieron cuerda. Entre atascos frustrantes y suavidades de algodón -recuerdos de novias y heladerías- descubrí verdades universales, restauré ideas valiosas. Decidí devolver los pensamientos a su dueño.
Con el hilo como guía caminé varias cuadras, algunas en círculo. Abandoné la empresa, despavorida, cuando comprendí que se adentraba en el hospital psiquiátrico.
NATALIA DOÑATE
Algunas verdades
El zorro alfa no leyó «El Principito». No contempla ser domesticado. Su compañero de rondas, escuálido por rezagado, o quizás al revés (desconozco las particularidades de causa y efecto en los cánidos), teme más a sus semejantes que a los humanos. Separados ambos mundos por una medialuna de cemento, en cuyo seno se parten negras brasas, compartimos la parte joven de la noche. Vaca y cerdo, queso y pan. Bananas. Suya es el resto de la velada. Nos quedamos con la sombra de los pinos, con el celeste de los cielos.
Prefiero una mañana de octubre a un mes de verano. Salgo en remera, a pesar del aire helado. Que el sol aplaque con caricias los pelitos erizados. A los miles que vendrán les heredo mi codiciado metro cuadrado de arena. Clávenle una sombrilla y llámenlo Marte. Pongan al máximo el volumen de los parlantes, que desde acá no se oye. Persigo un mundo sin ruidos, sin escenarios, sin la basura de la gente.
Podría cerrar con algunas verdades. Como que elevar una ceja y decir forradas sólo te hace suspicaz a los ojos de los mediocres. O que aquellos que obran bien, pueden terminar mal. Pero los que obran mal, deben terminar mal. La causalidad se ríe de las intenciones.
No hay mejor terapia que una ruta vacía. Al ritmo de «Dulce Condena» me vi libre de un recuerdo funesto que callaba, por ajeno. Y he aquí la conclusión: algunas despedidas nos traen un soplo de felicidad. Al menos, a los que somos amigos de la soledad. A los guardianes de los zorros.
NATALIA DOÑATE
Ahorro de energía
La batería de mi notebook es de baja duración. Mi cervical, también. En la mesa, pongo a disposición un enchufe. Recibo, en retribución, el último paquete de Cerealitas. El día se tolera permutando cortesías.
Las paredes que habitamos se nos han vuelto hostiles. Intercalamos las onomatopeyas de la obra en construcción (CLANG-CLANG, PUM-PUM) con la rigidez idiota de la silla del comedor. Se me adormecen las piernas y los hombros. Se le tilda el CPU. Esta tarde, el sopor apelmazante del cerramiento nos llevó a soñar con un asalto de gotas -bien gordas- que transformara el lago lodoso en una olla en ebullición. La tormenta duró sólo un minuto. Con renovada sed de petricor nos adentramos en un delirio febril. Malgastamos electrodos y neuronas en el universo de ambigüedades que cabe en un signo de admiración.
¿Quién lo diría? Aquí seguimos. Siempre adelante, como diría el abuelo. A veces, invisibles. Les ruego comprensión. No es fácil esto de crear mundos.
La novela ya tiene nombre. Un buen día se los haré saber.
NATALIA DOÑATE
Más que cuentos
Amigos, les comparto este microrrelato con el que estoy concursando en revista MQC, junto a muchas otras historias. ¡¡Vale la pena echar un vistazo!!
Hasta el 30 de septiembre están a tiempo de sumarse 😉
Tita
Murió sitiado de amor. Otro escupitajo a mi concepto de justicia, seguido de la herencia de un Renault ‘95 que no valía ni para desguace. Para quienes lo padecimos, la peor vejación fue la mera paridad de su existencia con la nuestra. A falta de un abuso destacable, los omitiré equitativamente a todos. Pero a Tita le costó superarlo. Quería al viejo con la paciencia y ternura que se tiene por una mascota mansa, aunque desapegada (acaso una tortuga), a la que se alimenta y se asolea por las tardes.
Sus manitos bastardas, receptáculos diligentes de mimos perdidos -o más bien, negados- desanudaban las finas canas en risueñas sesiones de peluquería. Al final, los “¿por qué?” de su inocencia amortiguaron los ecos de nuestra mezquindad. Y mi padre partió con los ojos abiertos, con la curiosidad divertida de quien siembra manzanas y cosecha peras. Igual me da.
Tita nos mira.
NATALIA DOÑATE
El sabio
Los compañeritos de escuela fueron quedando abajo. Con recelo se elevaban sus risas, el olor a cuero cabelludo al sol, alguna palabra extraviada de contexto. Las mujeres, acaso por pertenecer a la estirpe de los misterios, luchaban por la atención del inalcanzable con chocolatines, con escotes en «V», con caricias poco sutiles. Se rindieron ante la tortícolis, que no es cosa de broma.
Las dejó ir. Una joroba prematura le había enseñado que no es propio de la naturaleza humana el agacharse ante los demás. Para su cumpleaños catorce, cuando ya pasaba el metro noventa y cinco, sólo le quedaban los abrazos culposos de su madre, con quien compartía abandonos, frustraciones, ideas erróneas de intenciones nobles. En el espacio delimitado por los sombreros y las copas de los árboles trabó amistad con las aves y aulló soledad a las estrellas.
Fue su propio corazón el que lo mató. La desdichada mujer acunó la fabulosa cabeza de su bebé por última vez, antes de marcharse del pueblo. De no haberlo hecho, pronto se habría cruzado con abrigos hechos del tapado de su hijo, con pantalones vástagos de su pantalón. Del único par de zapatos -obra de un viejo artesano- emergieron simpáticas margaritas.
Los más piadosos se persignaron cuando al entierro le siguió la exhumación y los húmeros resurgieron en manos infantiles de espadachines. Las costillas consiguieron empleo como trampa para zorros. Un largo fémur confabuló con unas sábanas para formar una carpa que refugiaría a los amantes que acudían los miércoles al río.
Tras doscientos años de exhibición en un museo, la paciencia de la calavera fue recompensada con la sonrisa de una niña.
—¿Y éste que tiene de especial? —preguntó la pequeña, de dos metros y medio de altura, mientras acariciaba los relieves oxidados de la ficha.
—Nació fuera de época —explicó el padre.
—¿Eso es todo?
—A veces, eso lo es todo, mi querida.
NATALIA DOÑATE
¡¡Tengo novedades!!
¡Hola a todos! No suelo escribir asuntos personales (a menos no sin unas cuantas metáforas de por medio) pero quería compartirles que fui seleccionada junto a otros 9 autores para participar en una antología de cuentos que acaba de salir a preventa.
Les dejo el link por si les pica el bichito de la curiosidad (ojalá que sí) 🙂
https://lenguasuelta.com.ar/
Gracias por su apoyo de siempre.
Delicias
El tero al que vi nacer reniega de mi presencia en el jardín. Nos enemistan cuatro huevos moteados, de cuya existencia doy fe sin menester de contarlos en el nido. Como todo mamífero que camina recto por la vida, conozco cada presagio de cada estación. Comparto esta condición con aves, peces y reptiles, pero también con las plantas, que hoy exudan con puntualidad las primeras delicias de la temporada.
Con mi esposo dimos un paseo tributo a las primaveras gastadas. El combustible del sol se agotaba y las sombras, temerarias en su altura máxima, se trenzaban en el césped, en los caminos, en los muros de ladrillos. Una vez agotadas, se esfumaron en el asfalto agrietado, soltando su botín de piedrecillas y ramitas. Nuestras carnes de cuarenta años se giraron al unísono en regreso, mientras las almas, llenas de rebeldía de gorriones, rezongaban a nuestras espaldas.
«Caminamos recto en una vida circular» se me vino sin querer. Y la idea me trajo augurios de primaveras perfectas a los cincuenta años, a los sesenta, a los cien. Muertes y renacimientos hasta el final del camino.
Desde entonces siento renovada ternura por el tero, por el gato, por mi adorado jazmín de tan sólo cuatro estaciones.
NATALIA DOÑATE