Algo falla acá. Pero no es la mesa. O al menos, creo que no es la mesa. Es difícil darse cuenta sin el mantel bordado que me robaron.
Lo sé, Maruja, lo sé, no acusar sin saber.
¡Y toda esta gente! Me pregunto quiénes son. La muchacha de minifalda brillosa pide fuego a un grupo de jóvenes. Algo habrá dicho, porque ríen. Se supone que esto es un evento familiar.
Por suerte acá está Juana, siempre a mi lado, con mi nieta Clarita. Parece que tuvo un problema con el marido, porque vino sola y tiene la nariz colorada. Desde pequeña se le pone así al llorar, pobrecita. Cree que no me doy cuenta. En mi época, los matrimonios eran para siempre.
Maruja sirviendo la ensalada rusa en la fuente que usábamos para la carne.
Maruja cortando el pan con esos brazos blancos y flácidos, que no le avergonzaban porque en esa época las mujeres no se preocupaban por estupideces.
Se daba maña, la Maruja. Confeccionaba sus propios soleros, siempre con el mismo molde. Uno blanco con flores naranjas y amarillas, otro en azul para cuando salíamos a cenar. El de lunares verdes se lo regaló a Carmen, que en paz descanse también.
Me pregunto si Juana piensa en ella. Cuando estemos solos en el auto le voy a preguntar. Si me devuelven temprano, agarro un flancito. Son mejores que la comida del asilo. Tendría que haberle pedido a Berta que me guardara uno. Pobre Berta, a ella y a Elisa no las va a visitar nadie este año. Hijos en el extranjero. Deben de estar brindando en vasos de cartón con esa enfermera que parece siempre estreñida. La Culifrunci.
Está lindo el jardín. Bueno, es que fue por el jardín que elegimos la casa, el resto se caía a pedazos.
Maruja cuidando los rosales con el sombrero que compramos en Ecuador.
Pero es una lástima, toda esta gente… me pregunto quiénes son. Tal vez lo que falla sea la comida. No hay pionono agridulce, ni matambre casero, ni peceto, ni sandwiches, ni siquiera una ensalada rusa. Todo comprado y servido en recipientes descartables. Y esa música que espanta la conversación. Celulares por doquier.
Y Maruja que no sale de la cocina. Deberíamos haber puesto el mantel. Sólo los animales comen sin mantel.
Suficiente. Se van de mi casa.
– Juana, ¿podés ir adentro a llamar a tu madre?
– Soy Clarita, abuelo.
– Es Clarita, papá. Mamá murió, ¿te acordás?
– Sí, sí, claro, claro.
Flan con dulce de leche, porque el de crema no tiene gusto a nada. La muchacha de la pollera corta se puso a bailar y los muchachos le aplauden. Qué ordinaria es. Igual por mí está bien, soy un hombre moderno.
Será la mesa, nomás.
NATALIA DOÑATE
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