Descendió sin prisa del micro. La terminal era en sí un sitio desagradable, pero entre el olor a gasolina y cigarrillos percibió un dejo a barro putrefacto que le quitó sesenta años de encima. Bolso al hombro y agua mineral en mano emprendió la caminata.
Todo lo importante seguía allí. Los sauces con sus verdes cabellos apenas rozando el río, los muelles de húmedos postes donde se refugiaban los coipos y alguna que otra pequeña embarcación despintada y vuelta del revés. La silueta del gran barco abandonado se recortaba contra el cielo, que, en un intento de empatía, había barrido sus nubes emulando el mar. Su tripulación se integraba únicamente por perros abandonados, que lo miraron con desinterés. Se habían desencantado del engañoso hechizo de los humanos desde hacía varias generaciones.
Alegres flores amarillas que pronto se convertirían en volátiles pompones se entremezclaban en armoniosa amistad con los cardos y a lo lejos, una humilde casa deshabitada daba señales de reconocimiento. Se enjugó una lágrima. Ambos estaban viejos y rotos. Como antiguos amantes, tenían sus buenos recuerdos juntos, pero ya no se pertenecían.
A unos pocos metros de la misma, bajo la sombra del árbol de palta al que había trepado tantas veces de niño, se hallaba un montículo de piedras que no necesitaba identificación.
—Pronto, Bobby —susurró con picardía.
El impulso de la adrenalina fue mermando y sus huesos comenzaron a protestar, pero aún tenía cuatro horas antes de emprender el regreso a la terminal. No podía pagar una noche en un hotel, así que tomó una pequeña siesta junto a su mascota. Despertó duro y dolorido.
En el camino de regreso compró fiambres y dulces regionales. Dormitó la mayor parte del tiempo y llegó a casa algo atontado, minutos antes de los primeros cantos de pájaro. No encontró lo que había ido a buscar, pero tampoco sabía qué era eso. Vació el contenido de su mochila sobre la mesa ratona del living y saboreó un pastel de membrillo mientras observaba la llegada del nuevo día desde su pequeño balcón de ciudad.
Tachó un renglón de la lista. El sábado iría a bailar zumba.
NATALIA DOÑATE
Imagen: Autor:Eric Snopel Patio Furniture/ CC BY-SA
¡Hermosa descripcion! Yo tb tengo mi lista de deseos diarios que voy tachando!! A bailar! ¿ De eso se trata la vida, no?
Cariños
Gracias linda! A disfrutar, besos y que andes bien!
Fue a buscar y encontró lo realmente importante. El recuerdo puede dar la vida cuando uno empieza a tachar la lista de tareas pendientes. No se cómo le irá la zumba porque ya parece que protestan los huesos. ¡Ánimo! Un abrazo Natalia.
Muy bonito, muy bien contado. Acá hay un dicho: «recoger los pasos», regresar a esos lugares que fueron importantes para uno. En este caso el protagonista va realizando su lista de deseos. ¿Cómo le irá en la clase de zumba? Saludos…