Los recuerdos de la infancia suelen tener rasgos oníricos; rostros desdibujados, lugares que ignoramos dónde quedan o cómo hemos llegado a hasta ellos, personas que ya no pertenecen al mundo de los vivos e incontables espacios en blanco.
Me hallaba en el cuartito de herramientas de la casa de mi abuelo. No sé por qué razón -o falta de ella- estaba sola; era un lugar moderadamente peligroso, con elementos cortantes, aplastantes, perforantes; todos al alcance de mi mano. Una tabla de madera blanca cubría gran parte de la pared. En ella, negros contornos de herramientas, cual sombras independientes de su objeto, delimitaban dónde debía colgarse cada cosa. Al borde de una gran mesa de madera rústica se encontraba un instrumento que se giraba para apretar piezas. Hoy sé que se llama «morsa de banco», pero en ese entonces era el aprieta-dedos.
Tampoco comprendo por qué hallé la revista. No parece el lugar lógico donde guardar una. De todos modos me senté a hojearla en el suelo. Short de jean y medias blancas en piernas cruzadas. Y recuerdo claramente lo que vi. De no ser por esa imagen, probablemente todo lo demás habría abandonado mi memoria mucho tiempo atrás, como personajes secundarios en una obra en la que muere el protagonista.
Dos avestruces -o tal vez ñandúes- habían quedado clavados en un cerco de púas, probablemente invisible a sus ojos, mientras corrían a campo traviesa. Allí quedaron; los cuellos estirados, la mirada en el horizonte, los cuerpos descarnados y desplumados por el tiempo y los carroñeros. Si la foto estaba acompañada de algún tipo de información, no lo sé. Calculo que era mi época de analfabeta.
Hoy en día me arrepiento de no haber conservado esa revista. No es porque quiera leer la nota, ni mucho menos regodearme con esa escena morbosa. Sólo me gustaría compartirla con alguien más para poder quitarme de encima esa sensación de irrealidad, de vivencia solitaria que se padece cuando se intenta contar un sueño.
NATALIA DOÑATE
Imagen: https://es.wikipedia.org/wiki/Herramienta