Extraños

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Nos desconocimos una noche que recuerdo fría y seca. La luna ostentaba una sonrisa limpia, como tajeada por una Victorinox. Él llegó a horario y, aunque desgastado a mis ojos, lucía como nueva una campera de jean que se sabía irresistible. Mi vestido rojo furioso se contorneó con brusquedad, encantado ante el desafío. Un par de frases hechas y ambos ganaban distancia sin prisa, la vanidad atiborrada de suspiros humanos.

Los vapores de nuestros adioses permanecieron entrelazados en el aire, dándose un último calor. El desapego incipiente me regaló una ocurrencia: los grandes dolores deben trocearse. Obediente, centré la atención en el recuerdo del lunar de su frente, en mis cordones desabridos por la negligencia, en el zumbido de un farol apático.

Cuando finalmente supe qué decir, no tuve a quién. Con una calada al aire de la noche solté las palabras nuevas, ya anacrónicas, que procuraban pedir disculpas. Atontadas por el humo, deseosas de supervivencia, huyeron raudas hacia la oscuridad.

Hoy lo pienso y se me abre el suelo bajo los pies. Fue la vez que más cerca estuve de ser peligrosamente feliz.  

NATALIA DOÑATE

16 Comentarios

  1. Tu escrito me ha dejado una sensación extraña, como un eco que se niega a desvanecerse. Me hizo pensar en lo cerca que podemos estar de algo verdadero y cómo a veces lo dejamos escapar sin darnos cuenta. Te felicito, has capturado algo profundamente humano y doloroso. Te agradezco por compartirlo.

  2. Hace varios años, no sabía muy bien por qué, compré una Victorinox en Zúrich. Ahora sé el motivo. Era, sin saberlo, para regalártela cuando nos conozcamos en persona. La guardaré hasta ese momento.

Te invito a dejarme un comentario :)