Volaban las servilletas, los periódicos, los envases de cartón y las hormigas subidas a ellos. Los niños, apresurados, corrían tras sus pelotas de fútbol mientras los adultos doblaban las mantas de picnic. Algunas mujeres sostenían su falda con una mano y su sombrero panameño con la otra. Unos cuantos reían. En el cielo las nubes recogían con prisa sus trozos de algodón y surcaban el cielo enloquecidas.
Los únicos inmóviles éramos mis padres y yo. Bobby también estaba ahí, pero sacudía la cabeza luchando con sus bigotes. Hora de liberar al monstruo.
Frankenstein había sido creado el domingo anterior sobre la mesa de melamina blanca de la casa de mi abuelo. Recuerdo un tiempo largo de espera y de instrucciones quirúrgicas: “hilo, tijeras. No ésas no, las grandes” en el que no pude participar, hasta que, finalmente, cuatro cuerpos adultos se hicieron a un lado revelando al barrilete más grotescamente grande que haya existido. En el centro pegaron un cuadradito de papel blanco y me cedieron el honor de hacerle un dibujo. Fue un pájaro. El corazón.
Aquel sábado era el día de la verdad. ¿Volará? Mi padre lo bajó del auto dando coces y retorciéndose con furia. Casi lo perdemos, pero lo ubicó de frente al viento y lo soltó. Libre.
— ¡Está vivo!— bromeó mi madre.
Aparatoso en la tierra, imponente en el cielo. Se fueron uniendo otros barriletes, que respetaban una distancia prudencial. Parecían botes alrededor de un transatlántico. Titánico.
Por varias semanas volvimos al parque. A veces lo dejábamos aburrido en el baúl, otras lo sacábamos a volar. Mi abuelo me enseñó a mandar “cartitas”. Tomábamos trocitos de papel y hojas de árboles, los atravesábamos con el hilo y los veíamos subir dando giros hasta alcanzar al pajarito. Directo al corazón.
Una tarde tuvo un desencuentro con el viento y lo vi caer a lo lejos desgarrado. Lo cobijamos en el auto. Días después conseguimos papel de regalo metalizado y lo reparamos. Parecía un hermoso espejo. Volvimos al parque, ansiosos de ver cómo reflejaba el sol desde lo alto. Pero no voló. Quizás porque el nuevo papel era demasiado pesado. Quizás porque ya no tenía corazón. Quedó olvidado en un placard del garaje junto a los adornos de navidad. Desde entonces jugué a la pelota.
NATALIA DOÑATE
Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/perritorit-63183
((Si me permites una observación. El primer párrafo quizá ganaría en fuerza si le suprimes la primera frase.
De esta manera el lector estaría obligado a ir analizando lo que va leyendo hasta entender por sí mismo que se ha levantado un fuerte viento))
Excúsame, es tan sólo una observación de aficionado. nada más.
Saludos
Sabes que, tenes toda la razon, ya mismo lo cambio
Encantador.
Pero he tenido que googlear «barrilete» a mitad de cuento porque no entendía lo que estaba pasando, y luego lo he vuelto a leer completo para disfrutarlo.
Precioso cuento, evocador. Detalles geniales como la descripción del ambiente en el primer párrafo.
Saludos
Muy amable! Debería empezar a usar palabras más modernas, porque hoy en día hasta mis hijos les dicen cometas.
Hermoso, muy intimista, con ese dejo de Déjá Vu, que todos tenemos en el fondo de nuestro corazón, tan intimista que se anima a bucear por los recuerdos y los saca a la superficie, al ahora, gracias por tan interesante cuento, felicitaciones.
Gracias Claudio por tus bellas palabras
Un lindo cuento para empezar el día acá al otro lado del charco. Creo que muy pocas veces cuando era niña volamos cometas (así les decimos nosotros) pero éramos un desastre tanto haciéndolos como volándolos. Pero es hermoso verlos, casi mágico.¡Saludos!
Muy buen comienzo de día! Mis hijos, por la televisión, también les dicen cometas. Y también somos un queso volándolos jaja, pero cada tanto intentamos
Me hiciste pensar mucho en mi infancia y los barriletes que no vuelan mas. Encontre dos ordenando la casa de mi tio que se fue, dormian como el tuyo, como la niñez. Solo duermen, estan vivos ellos y la niñez, se puede seguir volando. Gracias
Que lindo mensaje, muchas gracias Oscar. Siempre podemos volver