Otra vez pasé por tu casa que ya no es tu casa y como se me hizo costumbre últimamente, aminoré la marcha y abarqué con la mirada lo más que pude, pero sin frenar. Repasé velozmente la galería y sus macetas de piedra gris hasta llegar al fondo, donde divisé la parrilla y algunas hojas verde brillante (esas que rodean el marco de la ventana del lavadero).
Sin esfuerzo alguno me hice una composición mental del lugar. Pensé en el limonero (rebosante de limones que pronto serán arrancados por manos extrañas) ubicado cerca del tender giratorio que de chica usaba de calesita. E inmediatamente se me vino a la mente la biblioteca y su puerta de chapa blanca que se traba (y sí, recuerdo el punto exacto en donde eso ocurre y la cantidad de fuerza que hay que emplear para abrirla, y el llavero redondo de madera con tachas que me regalaste el día que me dijiste que esa biblioteca era mía). Los nuevos propietarios nunca lo sabrán, pero al pie de la misma hay otro punto de interés, el escalón donde me saqué la foto del enterito azul en la que parezco un varoncito, y donde me sentaba siempre de chica –y no tan chica- por las tardes de verano a mirar hacia las ventanas de tu cocina, o a la esterlicia cuya flor naranja y azul parecía un pajarito. Y hasta pude reconstruir algunas tardes de verano mirando pasar a las hormigas con sus hojitas, armando esculturas de barro, jugando con los primos a no decir “ni sí, ni no, ni blanco ni negro”, mezclando flores con alcohol para hacer perfume, coleccionando bichitos bolita, hurgando con respeto la biblioteca (¡ay el olor de la biblioteca!) o simplemente tomando sol y meditando, espontáneamente, sobre quién sabe qué cosas meditan los niños, y también alguna noche navideña (de esas que no hacía falta extrañar a nadie, porque estábamos todos) buscando chasquibunes perdidos entre las plantas. «Ausencia de ausencias», diría mi padre.
Desde afuera, la casa no ha cambiado nada y un alma piadosa tuvo la delicadeza de cortar el pasto. Siempre paso cuando está soleado, y curiosamente no tengo ningún recuerdo de ese jardín en días de lluvia. El único indicio de que algo anda mal son esas malditas persianas, siempre cerradas.
A veces, en duermevela, imagino que toco el timbre. Pero me freno. ¿Qué sentido tendría? Los cuadros que hacían tus amigos bohemios, el mueble de la cocina donde guardabas con llave (siempre a mano) los caramelos y las cartas y la toalla para jugar solitario, los kilos y kilos de pan en remojo para los gorriones sobre el mármol de la cocina, la reposera amarilla, nuestras fotos de jardín, el reloj que daba campanadas al cambiar de hora, nada de eso debe estar allí. En su lugar, numerosos espacios blancos, limpios del polvo acumulado de años y años que contrastan con el resto de la casa. La repisa de la chimenea desnuda de adornos. Objetos exiliados.
El otro día –oh sorpresa- me encontré un cuadro con tu perfil hecho en madera en la oficina de papá, y sé de buena fuente que mamá tiene tu porta mazo de cartas de madera, con el que todas las tardes jugaba solitarios para entretenerte. Por mi parte, debo confesar que rapté a Burli Burli, pero estoy segura que me lo habrías dado de todos modos. Lo puse en la cocina (ya que tu cocina era su hábitat), donde puede verme desayunar con los nenes todas las mañanas. Es difícil de saber, por su cara de piedra, pero calculo que debe extrañar escucharte contar una y otra vez la anécdota de cómo pasó de ser un fragmento de un jarrón roto, a una escultura con nombre propio. Sé que cuando yo lo hago, no es lo mismo.
Y así andarán de desorientadas todas tu cosas. Dejaron su huella, su hueco de pintura limpia en la pared. ¿En qué momento dejaron de tener sentido? ¿Eras vos el que le daba vida a todos esos objetos, ahora huérfanos? ¿Qué pasó con tu persona, entonces, y con el lugar que ocupabas? ¿Tuviste, al menos, la delicadeza de dejar algo perceptible, como soneto amarillento perdido en una guía telefónica, o un cabello blanco en el suelo, o siquiera la forma de tu cuerpo en un sillón? ¿Me estarás esperando allí, tras las persianas bajas, en caso de que algún día me anime a volver a entrar a tu casa?
NATALIA DOÑATE
Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/samlevan-54390
Qué buen relato: nostálgico, con un ritmo agradable, te toma de la mano y vas por todos los lugares que mencionas. Las cosas perdidas, exiliadas, de la gente que ya no está,¡ qué idea evocadora!. Me gustó mucho.
Muchas gracias Ana. Lo hice con mucho amor, será eso.
Hola,
Nos tomamos la confianza de contactar contigo porque eres una autora que está siguiendo nuestro blog y nos ha encantado lo que hemos leído en el tuyo. Así que nos gustaría invitarte a colaborar en nuestra web:
buenosrelatos.com
Invitamos a colgar relatos en nuestra página a aquellos autores que tienen una calidad suficiente para ser publicados por una editorial pero que difícilmente lo logran por las barreras de entrada que existen en el sector.
El formato es de relato, pero hay también una pestaña para colgar links a ebooks.
Si has publicado un libro, ¡te ayudamos a promocionarlo!
Obviamente, cualquier nuevo post será redireccionado a Facebook (facebook.com/buenosrelatos), Instagram (Instagram.com/buenosrelatos) y a Twitter (@buenosrelatos).
Además de firmarlo con un link a tu blog (si quieres promocionarlo) de modo que todos ganemos audiencia.
¡Ya estamos por encima de 60.000 lectores mensuales!
Para colgar tu relato, debes mandárnoslo en formato word o pdf (no podremos editarlo), firmándolo como Autor en el encabezado y añadiendo una imagen relacionada con el texto (aparte) a buenosrelatosblog@gmail.com, especificando en qué categoría quieres colgarlo: Aventuras, Drama, Eróticos, Fantásticos, Humor, Poesía, Románticos, Terror, Thriller o eBooks
Si te apetece, te interesa o te gusta la idea, estaremos encantados de recibirte.
BuenosRelatos
deshabitadas, quería decir…
Las casas dehabitadas pierden su alma, muy bonito.
Muchas gracias Juan Carlos 🙂