Pececillo de plata

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Voy de camino al centro por el lomo de un pececillo de plata. Sus escamas opacas espejan la luz a medias, emulando una estela de rocío.

Mi coche, bien alimentado a base de nafta, se entretiene masticando flechas gordas y blancas que luego escupe, desahuciadas, tras sus ruedas. Una niebla amarilla y densa aletea en torno a las pocas ventanas que permanecen encendidas. Cada tanto se apaga un foco y el agujero negro naciente succiona todos los colores en derredor.

El cartel publicitario me urge a comer jamón. Ostenta humildad una iglesia.

Los ángeles que cabecean en mi retrovisor pasan de largo sin persignarse. Ellos son la melancolía y el antídoto; una tira de bombillas navideñas que parpadean, perplejas, desde un balcón desolado.

NATALIA DOÑATE

22 Comentarios

  1. Qué belleza en tus palabras, Natalia. Cada imagen es un suspiro de reflexión, entre la melancolía y la cotidianidad. El contraste entre lo real y lo etéreo, lo palpable y lo fugaz, me envuelve por completo. Un viaje interior que se despliega en cada detalle, desde el pececillo de plata hasta los ángeles en el retrovisor. Tan lleno de vida y, a la vez, tan profundamente solitario.
    Me encanta!
    Un abrazo

  2. Si alguna vez saltas el charco, recorreremos la ruta de la Plata, donde está el jamón de pata negra por el que pagan con oro los nuevos ricos de Rusia y de China. Desde Cumbres Mayores (Huelva) hasta Guijuelo (Salamanca).

    • Hola! Qué raro, te había contestado y no salió. Te contaba que ya estuve am otro lado del charco a principio de año, comiendo jamón de pata negra, aunque sólo por Madrid y Barcelona

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