Murió sitiado de amor. Otro escupitajo a mi concepto de justicia, seguido de la herencia de un Renault ‘95 que no valía ni para desguace. Para quienes lo padecimos, la peor vejación fue la mera paridad de su existencia con la nuestra. A falta de un abuso destacable, los omitiré equitativamente a todos. Pero a Tita le costó superarlo. Quería al viejo con la paciencia y ternura que se tiene por una mascota mansa, aunque desapegada (acaso una tortuga), a la que se alimenta y se asolea por las tardes.
Sus manitos bastardas, receptáculos diligentes de mimos perdidos -o más bien, negados- desanudaban las finas canas en risueñas sesiones de peluquería. Al final, los “¿por qué?” de su inocencia amortiguaron los ecos de nuestra mezquindad. Y mi padre partió con los ojos abiertos, con la curiosidad divertida de quien siembra manzanas y cosecha peras. Igual me da.
Tita nos mira.
NATALIA DOÑATE
A mi hermana mayor le dicen Tita, porque se llama Marta (Mar-tita) pero es modelo 42. ¡Es increíble como uno se enamora o le toma idea a los automóviles. La Tita que convive conmigo, habla todo el tiempo con sus dos perras: una pekinesa y la pit bull. En mi mente se estableció un paralelismo entre la mascota y el coche, no sé si es correcta mi percepción, pero eso captó mi imaginación, que es mucha. Gracias Nati.
No fue la intención, pero bienvenidos los paralelismos y la imaginación, siempre! Y las anécdotas personales, más todavía 🙂