Nuestras vidas eran mezquinas y corrientes, pero sólo en comparación con la de los seres de luz, cuyo ingenio y belleza aventajaban a los nuestros a una distancia que la envidia no podía correr sin agitarse. La frustración era tan fútil como envidiar el volar de un ave, o la musculatura de un caballo. La hicimos a un lado de tácito acuerdo, pues no estábamos para lujos. Los débiles que procuraban imitar con discreción a las criaturas mágicas recibían las burlas más crueles de las que era capaz nuestra astucia colectiva. Pero los necios, esos que ostentaban aspiración a un Edén que no les correspondía, sufrían un castigo severo ya que, evidenciar tan burdamente el abismo entre ellos y nosotros, los suyos y los nuestros, era motivo de destierro.
Tuve una infancia feliz. Ante el olor a galletitas de la abuela, revoleaba la mochila del colegio a un lado y me arrojaba al sillón con mi mejor amiga, Patty. Por horas reíamos juntas, intercambiábamos pañuelos con lágrimas y comentábamos las ocurrencias de los seres de luz. No llegué a conocer la desdichada casa de sus padres, desprovista en ese entonces de televisor. Con el tiempo, algunas actitudes socarronas típicas de la edad agrietaron nuestra relación. Nos dejamos ir sin despedidas. Recién me desayuné de su destierro entre huevos revueltos y tostadas, ya de adulta, con los que a la fecha considero sus reemplazos: mi marido y mis dos hijos. Sentí pena por la niña que había conocido, feucha y grosera, dueña de unas pupilas negras y brillantes que incomodaban a los adultos. Extraño sentirme mejor que alguien. El confetti de su risa aún me obsequia miguitas dulces que recojo con pesar de entre los recovecos del almohadón.
Volverla a ver fue devastador.
Apareció sin aviso al otro lado del abismo. Sus dientes, ahora blancos como reposera al sol, promocionaban un producto anti sarro. Su boca era para la audiencia, pero sé que la sonrisa en la mirada era para mí. No tuve ocasión de responderle.
Con los años, otros desterrados fueron reapareciendo en el televisor. Los que no hemos dado aún con el portal, fingimos no buscarlo. Es un asunto complicado: los que se van se pierden para siempre. Los que no, hemos aprendido a actuar felicidad con un profesionalismo que no explica por qué no estamos aún del otro lado.
NATALIA DOÑATE
Estoy… extasiada!
Muchas gracias!!! 🙂
Me trajo recuerdos enormes: cuando había un solo televisor blanco/negro en la manzana (delaté cuan viejo soy), luego el primer tele en casa que empezaba a hacer rayas y tenía botones para corregirlas: vertical- horizontal, la antena en el techo y al fin, un pequeño televisor a color. ¡Gracias Naty por volverme a mi infancia, quizá, la etapa más feliz de mi vida!
Qué lindo Jorge, gracias a vos por compartir. No llegué a ver en blanco y negro, pero casi.. 😉 Sí he usado teléfonos con el disquito que se giraba.. ese sonido no se olvida!
Hola Antonio, tu comentario me llegó vacío, pero se agradece la intención, jaja
Qué manera sutil y ácida de describir a la caja boba!! Ese portal a lo ansiado por el común de la gente que es feliz pero no lo sabe
Gracias Irene!!! 🙂 Aunque tengo que admitir que llevo un par de horitas viendo la tele, jajaja
Ayyy las cabezas…
Ya no sè q decir sin sentirme reiterativo. Muy bueno…..
Decime que mañana tiramos la sandía y pedimos helado…