Delirio de viernes

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La casa de las arenas - blog literario

El gorrión la observó con expresión burlona, pero respondió:

—Pues, siéndolo.

Y picoteó de su palma el trozo de pan. La muchacha se sintió estafada. Había invertido gran parte de su infancia preguntándose cómo volverse pájaro, entretejiendo alas de plumas grises robadas al plumero (que eventualmente fue palo), fabricando picos de cartulina que dibujaban surcos morados alrededor de su boca -¡y cómo la retaba su mamá!-, saltando desde lo alto de las sillas de plástico del jardín, practicando los y los pío y los cuá cuá cuá con el tesón de una bailarina de tap. Y vaya porquería de respuesta.

—Pues, entonces, ¡lo seré! —gritó desafiante al gorrión, protegido ahora en el anonimato de otros tres de su especie. Y, ante su propio asombro, emprendió vuelo. Rehenes de la gravedad quedaron la planta de malvones, las baldosas mal reparadas, la pelota pinchada en el techo de pizarra. Por fin era un ave. Resulta que sólo había que serlo.

Tras dar unas cuantas volteretas de alegría, aterrizó jadeante ante un lago marrón, en el que se refrescaba las patas un coro de gansos.

—¿Por qué no eligen volar? —inquirió, curiosa.

— Porque somos humanos — respondió un niño cuyas pelusas amarillas se abrían ante la más mínima brisa.

—No se habla con los animales —lo increpó el líder, unos pasos más atrás. Y todos graznaron al unísono. Acto seguido, le dieron la espalda. Una veintena de culos de ganso.

Ella apenas se ofendió, absorta como estaba ante su propia imagen en el agua: el pico que siempre había soñado, el gracioso penacho que no había sabido anticipar. Un gran plus. Y las plumas, claro. Las mágicas plumas. Su pequeño corazón latía con osadía. Le urgió a emigrar al Norte.

Durante meses se alimentó a base de lombrices e insectos, juntó ramitas, puso algunos huevos. Tuvo pichones que murieron y pichones que vivieron. A todos los olvidó por igual. La rutina le enseñó que ser un pájaro no era un hecho grandioso. Se es lo que se es. Y hasta extrañó ser humana fantaseando con ser pájaro. La razón dio por tierra sus planes de regresar: en el sur era invierno. No tenía ropa, ni valijas, ni pasaporte. Entre conversaciones superficiales sobre machos alfa, y gatos, y agua, y comida, y más gatos, su ánimo comenzó a decaer. El alegre piar de sus semejantes la hacía sentir sola. Así que un día cualquiera, sin más, «sola» se volvió. Voló lejos, bien lejos. Una tarde de enero se encontraba surcando el Atlántico cuando se imaginó en la lejanía, pequeña e insignificante como un botón. Y entonces se desprendió del cielo.

—Pues, seré nada —se dijo al impactar contra el agua helada.

—Seré nada —se despidió del último rayo de sol.

—Seré nada —murmuró a una horrible sirena, que, por cortesía, nada le respondió.

Y justo cuando empezaba a preguntarse por qué aún no se había ahogado (¿O acaso lo había hecho? ¿Quién sabe cómo se siente la muerte?) una luz amarilla se encendió por encima de su cabeza. Fastidiada, se zarandeó a diestra y siniestra, procurando recobrar la oscuridad, pero sólo consiguió agotarse. La luz estaba adosada a ella. Era parte de ella.

—Soy un pez linterna —rio entre filosos dientes. No sería necesario profanar el esqueleto de un barco en busca de trozos de chapa o espejos oxidados para corroborar su hipótesis. La certeza era el silencio del mar.

—Estoy en casa —pensó. Y no hizo piruetas, ni soltó una sonora carcajada. Construyó una casa modesta y allí se instaló, con su alma y su serenidad. Confieso que a la fecha es el único ser que conozco que es realmente feliz.

¿Que cómo es que lo sé? Porque en algunas ocasiones (normalmente eventos familiares) se calza sus patas de rana y sube un rato a saludarnos.

Imagen: https://www.animalesomnivoros.es/que-comen-las-ranas/

NATALIA DOÑATE

16 Comentarios

  1. Muchas veces, por no decir siempre, queremos ser otro/a, y cuando lo logramos descubrimos que no era lo que pensábamos y que no estábamos tan mal. Lo importante es no bajar nunca los brazos. Gracias Natalia.-

  2. Me recordó tanto a una chica que desde hacía mucho tiempo quería ser escritora…y lo logró. Desde entonces es feliz, llegó a su hogar de letras. halló la paz. Un abrazo, Natalia.

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