Domingo

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            Habitación por habitación se habían retirado los colores. Luego, se apagaron los sonidos. La casa, instantes atrás bulliciosa y alegre, le daba la espalda al día.

Sentada en el suelo fresco de la cocina, una pequeña niña encarcelada suspiraba por su jardín, más brillante que nunca tras las rejas horizontales de la persiana.

El viejo ventilador de chapa traqueteaba con fuerza procurando entretenerla, pero las rendijas de sus aspas sólo proyectaban una diapositiva insulsa: la pared de azulejos amarillos deslucida por la ausencia del sol. Nada para ver o hacer. El reloj permanecía impasible, casi inmóvil, a excepción de su aguja más larga, que con crueldad fingía tomar envión para luego dar un sólo paso contenido.

Decidió huir de ese mundo gris y e insípido, donde reinaba el ruido blanco del paso del aire, e imaginó que estaba en el mar. La cocina era el único lugar donde había tierra firme, y en cada puerta de la alacena ella llevaba lo necesario para subsistir.

“¿Qué sería eso? Veamos:

  • Puerta 1: Cajas y cajas de chocolatada.
  • Puerta 2: Sus ponis, su libro sobre la luna que sacaba a pasear a un bebé, su gato Félix de peluche.
  • Puerta 3: Arroz. Kilos y kilos.
  • Puerta 4: Papeles y lapiceras para dibujar y escribir cartas.
  • Puerta 5: Botellas vacías para enviar esas cartas.
  • Puerta 6: Un aparato que transforma el agua de mar en gaseosa.
  • Puerta 7: La videocasetera para…”

Un ruido de engranajes casi imperceptible la sacó de su ensimismamiento. Las puertas del reloj se abrieron de par en par y un simpático pajarito dio la hora: cuatro cu-cús. Pronto la vida, que esperaba pacientemente afuera, volvería a entrar, y una voz familiar daría el ansiado grito de “¡pónganse la malla!”.

La hora de la siesta por fin había terminado.

NATALIA DOÑATE

Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/snapster-39063

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