Dos perdedores

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            En el pasillo de la casa de mis padres, frente a un óleo enmarcado en presuntuoso bronce donde dos niños tomados de la mano -probablemente hermanos- se acercan al mar, grita en silenciosa súplica un pobre anciano. Tonos marrones delimitan su enjuto rostro en la fluida armonía propia de las acuarelas, pero en el centro, sus agonizantes ojos azules atraen la mirada sin enfrentarla, entretenidos en algo que escapa a la vista de este mundo. Probablemente algún transeúnte ofreciéndole pan o limosna.

El amigo del pintor me contó que se trataba de un mendigo retratado hace décadas en el barrio de Barracas. El desafortunado modelo había llegado desde un país lejano al puerto de Buenos Aires, donde pretendía pasar una breve temporada, pero se quedó dormido la mañana del regreso y el barco zarpó sin él. No tenía dinero para comprar otro pasaje. Tampoco hablaba el idioma. Eventualmente se volvió parte del paisaje, luciendo la expresión en la que lo inmortalizó el artista. Un Cronos de Goya pero sin maldad. Sólo desesperación.

¿De dónde provenía? ¿Por qué nadie lo ayudó? ¿Qué fue de su familia, si es que tenía una? ¿Cuánto lo habrán esperado la esposa e hijos en vano en el puerto antes de decidirse a regresar a casa sin él?

Espacios en blanco de una vida que se quedó al otro lado del mar.

Una anécdota incompleta.

La culpa es del tiempo, que se divierte jugando con los mortales. Por minutos, un buen hombre perdió su viaje y por un exceso de años transcurridos desde entonces, hemos perdido nosotros gran parte de su historia.

NATALIA DOÑATE

Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/rubenshito-48374

4 Comentarios

  1. Fascinante, uno pudiera imaginar la historia que tuvo antes y aunque ya sabemos que lo dejaron y su situación era mala, también podríamos imaginar si tuvo algunas pequeñas alegrías dentro de su desesperación. Como bien dices nos dejaron sin su historia, pero tenemos el poder de imaginarla. Muy buen relato, sin duda nos hace reflexionar. Saludos…

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