El gringo

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No way“, se dijo al imaginarse malgastando sus días y sus noches entre nubes de polvo rojizo volátil y mosquitos, en ese paisaje apático de horizonte, animales ariscos, quebrachos blancos y colorados y más y más horizonte, que se hallaba a seis horas por ruta de tierra del pueblo más cercano. Pero también estaba ella, así que desarmó sus valijas sin chistar y nunca más volvió a abrirlas. Pocas ocasiones tiene un héroe enamorado de luchar contra monstruos o dragones por su amada y él se contentó con vencer su aversión al campo y al tercer mundo.

Cambió el té de las cinco de la tarde por tereré y chipá y se despidió de los leones de piedra de Trafalgar Square, inmortalizados en posición perruna por un escultor mal informado, para encontrarse con yaguaretés de sangre caliente y filosas garras que dejaban arañazos en los cueros de las vacas cuando enseñaban a sus crías a cazar.

Su cuerpo citadino, claro y mullido, se curtió con trabajo pesado, y su lengua se entrenó para bailar al compás de un idioma diferente. Aprendió a despertar antes que el sol, a preparar charque, a distinguir una víbora coral verdadera de una falsa y a seguir el rastro de los chanchos silvestres.

Con esa mujer de ojos cautivadores y negros cabellos tuvo dos hijos que no se parecían a él, pero tampoco a los niños de los campos vecinos. Little gringos. Algún día lejano en su lecho de muerte diría que tuvo la oportunidad de vivir dos vidas en una. El único vínculo que mantuvo con sus orígenes fue de carácter epistolar, con  su madre, quien comprendía su situación a regañadientes. No volvió a mirar atrás. Se convirtió en uno más en la comunidad, sólo distinguible por sus facciones y color de cabello. Entendió que el cuerpo humano no necesita de grandes lujos cuando es irrigado por un corazón feliz.

Afortunadamente los intercambios culturales suelen ser bilaterales, y él también tuvo la oportunidad de dejar su huella en los usos y costumbres de sus cohabitantes. Podrá parecer poca cosa, pero era el orgullo del gringo oír que todos los que lo rodeaban, ante una situación indeseable como perder una presa de caza, o pisar estiércol, o caerse del caballo, lanzaban un sonoro y fonéticamente impecable “FUCK!”.

NATALIA DOÑATE

5 Comentarios

  1. Qué agradable relato Natalia, con toques costumbristas, me encantó esta frase: «Entendió que el cuerpo humano no necesita de grandes lujos cuando es irrigado por un corazón feliz». El final estuvo muy bueno. ¡Saludos!

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