Vivo en un barrio sereno y sencillo, donde los extraños se saludan por la calle ante la mirada soñolienta de las parejitas de búhos y las medianeras consisten en hileras de bajos arbustos. Cada tanto se cruza una liebre, aunque estos avistamientos se vuelven más esporádicos a medida que avanzan las edificaciones. La distancia con la ciudad incita a los proveedores a visitar a varios clientes en un mismo viaje. Los martes suelen ser días de jardinería. Por unas horas, el sonido de perros y aves queda sofocado por el ruido blanco de todo tipo de maquinarias a motor: cortadoras de cuatro ruedas, pequeños tractores, desmalezadoras y sopladoras. El olor a césped herido inunda los sentidos y compensa con creces cualquier molestia ocasionada.
Esa mañana, mientras los jardineros trabajaban animosamente en casa, yo me distraía en las redes sociales. No podía concentrarme en nada más complejo por el momento. Así fue que me enteré de que el domingo había sido “El día π”. Una frase conocida de Isaac Newton prometía comprender la naturaleza y el pensamiento de Dios a través de ese número. Me pareció interesante, pero también me sentí inculta; apenas podía recordar para qué se usaba en matemáticas.
Estaba por desestimar el tema, cuando, entre todos los trinos y píos que provenían del exterior, surgió un “pi” notoriamente claro. ¿Sería una señal? ¿Era la naturaleza misma, hablándome a través del número sagrado? Me asomé al jardín con curiosidad. Se trataba de un tero. Parecía furioso. Otro de su especie, en un estado de ánimo similar, sobrevolaba enloquecido las cabezas de los jardineros. Seguramente era su pareja, ya que solían manejarse de a dos. Dos.
“Dos por π por radio”. Claro, el cálculo de la circunferencia. Podría usarlo, por ejemplo, para saber el tamaño de mis platos. O más interesante aún, para calcular el área de pasto que cortaba la bordeadora. Aunque ésa era la otra función: “radio al cuadrado por π”. Entonces, si el largo de la tanza era, por ejemplo, de 20 cm, el resultado…
El golpe seco me sobresaltó. Una sustancia pegajosa salpicó los vidrios de la puerta y las botas de los hombres. Éstos, acostumbrados a dar con todo tipo de sorpresas con la máquina, no le dieron la más mínima importancia. Al menos no era caca de perro.
Los teros, tras ver a su amado huevo hecho omelette, se retiraron sin decir ni “pi”. No tenía sentido malgastar palabras en humanos.
NATALIA DOÑATE
Imagen: https://www.ngenespanol.com/
Agradable de leer aunque con final triste por el pobre huevito estrellado en el vidrio. Muy bueno relacionar el 3.1416…..con el piar de los pájaros. Saludos.
Te agradezco mucho Ana! Justo fue el día pi y se ve que me conectaron un par de neuronas. Gracias por pasar
Pobrecito, le mataron su cría antes de nacer, bonito tu relato.
Gracias Bertha!
Qué jugo le sacas a todo y qué imaginación. Me ha encantado la letra Pi (no encuentro el símbolo) y el pío de los pájaros. Cuánto saben los teros. Buen domingo.
Muchas gracias!! Me enredé un poco pero al final salió