Desde el living de casa se visualiza de lleno el jardín de los vecinos. El pasado dos de febrero, si es que recuerdo bien, una tormenta excepcionalmente inspirada descorrió la cortina de sauces eléctricos que nos dividía, poniendo en evidencia un terreno ascendente de grama bahiana en el que se asolean dos reposeras de plástico. Lamenté con sinceridad la partida de aquellos árboles ajenos que tan desinteresadamente me habían escudado de vistas desagradables y saludos incómodos, hasta que descendió de los cielos la bruma de mayo y lavó de indiferencia los colores de ambos terrenos, dejándonos inmersos a todos en un paisaje de Monet.
No sé decir cuándo apareció el cachorro de labrador, o en qué momento salió de escena el pitbull, aunque sospecho que no se han cruzado por pocos días. Dejando de lado la admirable facilidad de sobreponerse de los dueños, agradezco el trueque, ya que esa bola de optimismo color champagne es el único indicio de vida exterior en estos tiempos, con excepción de los gansos que pastan en mi orilla cual ovejas con diarrea. Separados por un crecido lago, unidos por el tedio y el abandono, el perro y yo jugamos a la telepatía.
—Estás creciendo muy rápido —observo.
—¡Tírame la pelota! —me ruega, a sabiendas de que no puedo.
En ocasiones, sus berrinches de niño malcriado me fuerzan a refugiarme con mi gato en la cocina, donde refrescamos la mente en el Este libre, en la ruta abierta, en los postes de luz que evocan lejanía. Luego llega el reencuentro, la mágica reconciliación. El perro suelta el hueso para explayarse sobre historia y filosofía, y épocas ancestrales de dioses zoomórficos como Bastet, o Apis. Su entusiasmo por Anubis tiene la facultad de acortar mis noches entre objeciones y rendiciones imaginarias. Me ha recomendado unos buenos libros sobre el tema, que debería leer pronto si es que quiero ganarle alguna vez una disertación.
Pero por ahora, descanso. Resulta que hoy es mi cumpleaños y no sé a qué atenerme. Esta mañana, por primera vez, me crucé a mi amigo cara a cara durante nuestro paseo matutino. En lugar de correr a saludarme, como habría de esperarse, el muy pillo fingió no reconocerme. Sospecho que todo esto es parte de un plan y se avecina una grata sorpresa. Pero tranquilos, ya les contaré a su regreso.
NATALIA DOÑATE
Amé, amé y amé, como a todos tus escritos. Me encantannn!! Gracias.
Gracias a vos, Mirta! Siempre es lindo recibir una palabra de aliento
Felicidades!!
Gracias!! 🙂