Galletitas de jengibre

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Con innecesaria valentía -el único tipo que amerita un reconocimiento-, el rostro de Marta se apartó del microclima generado por su colcha de margaritas a crochet. De los sueños y pesadillas que había tejido esa noche, poco pudo rescatar. Expulsados prematuramente de su cueva de telas, habían emprendido en ofendido vuelo hacia latitudes más polares, a amenas conversaciones matutinas, a ajetreados consultorios de psicoanalistas.

Faltaba poco más de una hora para que el sol dominguero calentara la cocina, pero la ansiedad de enmendar el error de la noche anterior ya le calzaba las pantuflas y le salpicaba el rostro con agua helada.

Si todavía es de noche, cuenta como que es ayer” se consoló con picardía. Pero su sonrisa se sintió fuera de lugar cuando cruzaron juntas el umbral, pues, agazapado tras el aroma a galletitas de jengibre -que tenía su razón de ser-, un calor bochornoso les daba la bienvenida. Comprendió que se había dejado el horno encendido toda la noche. Por fortuna, era eléctrico, y sí, la factura de la luz iba a doler. Decidió bloquear cualquier pensamiento antipático y apoyó el libro de recetas sobre la mesada de granito. Los mellizos no llegarían hasta la hora de la merienda, y, al fin y al cabo, sólo necesitaba hacerlo bien una vez.

El azúcar no sala” procuró recordarse mientras separaba los ingredientes.

Una taza es sólo una taza. Ni dos, ni tres” declaró, cuchara en mano.

Conocía la receta de memoria (vamos, si ella misma la había inventado), pero por algún motivo no lograba dar con las galletitas. Se le escapaban en ingredientes, en proporciones, en tiempos de cocción.

«Pero eso era ayer. Ayer es ayer, hoy es hoy«.

Su mente fue clareando a la par de la mañana. El mediodía la sorprendió en compañía de once caballeros de jengibre, exquisitamente bronceados y abotonados con esmero. Ubicó cinco de remera celeste en un plato y cinco de rosa en otro, ya que los niños eran inflexibles en cuestiones de equidad. Luego, se sentó muy tiesa en el banquillo de la cocina, donde juzgaría el sabor del que había apartado para ella: la pieza de prueba. El protocolo indicaba que debía dejarla enfriar, pero los fantasmas de las galletitas pasadas la urgieron a probarla de inmediato. No sin algo de sorpresa, comprobó que estaba deliciosa. Pronto el jengibre, la canela y la miel se consolidarían en su punto óptimo.

Comenzaba a preguntarse si no convendría aprovechar la inspiración para sumar un budín marmolado, cuando un timbrazo fuera de contexto le recordó que debía apagar el horno. Cubrió las galletas con un repasador cuadriculado “por si las moscas” y se dirigió a la entrada. Una figura larga y delgada aspiraba un cigarrillo al otro lado del ventanuco. La mujer abrió la puerta unos diez centímetros, clavando una pantufla rosada a modo de tope.

— ¿En qué lo PODEMOS ayudar? —preguntó con amable desconfianza.

—Soy yo, doña Marta —respondió el joven jardinero.

Entonces, abrió la puerta de par en par.

—Marquitos, ¿ocurre algo? ¿Qué hacés trabajando un domingo?

Resuelta la duda y saldadas las cuentas, Marta regresó al calor de la cocina.

El azúcar no sala”.

Una taza es sólo una taza”.

El azúcar no sala. Ni dos, ni tres”.

Una taza es sólo una taza”.

Y hoy es LUNES, ¡¡vieja estúpida!!

Entre sorbitos de mate amargo, decapitó uno a uno a los crueles muñequitos de jengibre, maldiciendo una y otra vez la dulzura de su aroma, la perfección de su consistencia, la simetría imposible de sus contornos.

IMAGEN: https://sallysbakingaddiction.com/best-gingerbread-cookies/

NATALIA DOÑATE

17 Comentarios

  1. Una recompensa no esperada es que, cada vez que comento en tu blog, aparece la foto en la que estás sujetando el móvil. Estás -y eres- preciosa. Dan ganas de comentar más.

  2. España sufrió un presidente que decía que «un vaso es un vaso, y un plato es un plato». No sabemos si estaba gagá o se reía de nosotros. Imagino su cara diciendo “Y hoy es LUNES, ¡¡viejo estúpido!!” pero eso ya no importa. Tu relato es magnífico, y de tu simpatía tengo pruebas más que suficientes. No sé por qué dices que no la usas. A mí me pareces la mejor. Un abrazo muy sentido.

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