Días blancos

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Mayo es un mes interesante. En lo que respecta a esta humilde servidora, basta con decir que puede soplar velitas a cambio de torta. Pero es mucho más que eso. Los amaneceres coinciden, puntuales, con el primer café de la mañana; al frío se lo soborna fácilmente con un abrigo ligero; se torna fogosa la paleta de la naturaleza, y efímera, la belleza. El sendero ocre que une la puerta de casa con la calle principal humilla sin esfuerzo a cualquier alfombra roja. Agonizan los mosquitos.

Esta semana, sin embargo, se nos ha colado una seguidilla de días blancos, invernales, de los que dificultan el proceso creativo. Las ideas vuelan hacia el vacío como pájaros en un cielo chato, en el que manos infantiles han trazado nubes gordas y azules. La atmósfera se aprovecha de la fragilidad del sol y desciende a oprimir los ánimos cual tirano, mientras la vista, desdichada, mendiga sobras de colores en el suelo. Del horizonte, nada se recuerda: paredes de niebla franquean los caminos.

En condiciones tan deplorables, hasta mis propios pensamientos me declaran la guerra: cantan estribillos en loop, me azotan en la frente con una regla, se muerden los codos. Finalmente, con las extremidades agarrotadas y los argumentos ateridos, se entregan a la apatía. Y mansos permanecen a mi lado, erguidos y cenicientos, piezas del bosque petrificado en el que se ha convertido mi cocina.

Afuera, una llovizna ingrávida evoca la estática de un televisor antiguo.

—Así veo siempre —le comento a mi esposo.

—Así vemos muchos —les aclaro a ustedes.

No estoy loca. Los que tenemos nieve visual (reservo la palabra “padecer” para dolencias con mayores méritos) portamos una porción de día blanco en una habitación de nuestro cerebro: en la oscuridad de la guantera del auto, en la pantalla de un televisor apagado, en la pana negra de un montgomery, en donde se camufla entre los pelos del gato. Llevamos luces, pero también sombras, según el contraste con la superficie de turno. Humo y niebla. Los colores danzan entre moscas flotantes, nadan con peligrosos renacuajos eléctricos, se arrojan bolitas de plata. La retina, perpleja, se limita a imprimir souvenirs: el borde redondo de la taza blanca se revela dentro de los ojos cerrados, la luz que se cuela por la persiana, sobre el plato de arroz, luego sobre el placard, luego de regreso al plato. Renglones ininteligibles manchan las paredes.

La nieve también entra por la nariz y se acobija en el cerebro, desde donde plantea interrogantes filosóficos:

— ¿Estás realmente acá? ¿Cómo lo sabes?

Y la gran película fallada que es el mundo te esquiva. Descubrís que los arcoíris muerden. Y te encontrás caminando, sin peso ni propósito, por entre los muebles, asomando en pijama a un jardín sin viento, siguiendo con indiferencia la estela que deja el paso de tu brazo, como en cámara rápida, pero a su vez, lenta. El embrujo, por suerte, es breve. Pronto el aire granulado trae olores, sabores, caricias y sonidos (entre ellos, el de tu propia respiración). Se abre paso entre las nubes el sentido común, a los hachazos, y te cuenta que los días blancos también pasan, que la vida es maravillosa -incluso en pausa-, y que un mes como el de mayo puede darse el lujo de desperdiciar un par de días, quizás una semana. Y en el optimismo creciente recordás, por vez cincuenta, que una pantalla en blanco (incluso una con estática) no es un vacío existencial, ni una mortaja, ni el negativo de un agujero negro. Es potencia, tierra fértil de un nuevo relato cuya eclosión no se debe forzar. Al menos, no por hoy. No este jueves.

Después de todo, sería terriblemente estúpido dedicar un día entero a obligarse a escribir, especialmente cuando abundan los otros, aquellos en los que las palabras llueven, raudas y generosas.

Y aun así…

NATALIA DOÑATE

18 Comentarios

  1. Tu texto me ha conmovido profundamente. Has capturado con una sensibilidad única lo que significa el mes de mayo, desde los amaneceres que coinciden con el primer café, hasta esos caminos ocres que humillan a cualquier alfombra roja. Pero lo que más me ha tocado es cómo describes esos días blancos y fríos que apagan la creatividad. Me he sentido tan identificado con esa lucha interna que narras, donde las ideas parecen escaparse hacia el vacío, y nuestros propios pensamientos se vuelven contra nosotros, cantando estribillos en loop y finalmente rindiéndose a la apatía. Esa imagen de tu cocina convertida en un bosque petrificado es tan poderosa. Y luego, esa reflexión tan íntima sobre la «nieve visual» que llevas dentro, cómo esos destellos y sombras se cuelan en cada rincón de tu vida. Me encanta cómo logras transformar algo tan cotidiano en poesía pura, recordándonos que incluso los días más difíciles tienen su belleza y que una pantalla en blanco no es un vacío, sino una tierra fértil lista para nuevas historias. Gracias por recordarme que la vida, incluso en pausa, sigue siendo maravillosa. Tu capacidad para ver más allá de lo obvio y encontrar significado en lo simple es inspiradora. Mantén viva esa chispa que hace que tus palabras resuenen tan profundamente. Aquí estoy, siempre lista para apoyarte y admirar tu talento increíble. Con todo mi cariño y admiración.

    • Muchas gracias por escribirme! Arranco reconociendo que leí tu comentario 3 veces, y es probable que haya una cuarta, jaja. Y es que se siente maravilloso que del otro lado alguien te entienda, y aprecie el esfuerzo, y se tome el tiempo para decir cosas tan lindas. Para mí, es un regalo. Gracias nuevamente y seguimos en contacto!!

  2. Dices que «no estás realmente acá» pero escribes de maravilla. Busca la paz (no me refiero a la de Les Luthiers, que está en Bolivia) sino a la que viene con la contemplación y la introspección. Deseo que tu felicidad lo inunde todo.

    • Muchas gracias! Sos muy amable. La sensación como de «no estar» es esporádica, por suerte, pero no es por un tema de tristeza, en mi caso, sino un síntoma más de la nieve visual, así que, cuando toca, espeeo y la dejo pasar. Hay felicidad para rato 🙂

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