El punto de encuentro

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Otra húmeda mañana de sábado entre pasillos con eco y olor a orina. Lo encontré perfectamente mimetizado entre los penitentes del salón. Era doloroso ver lo bien que encajaba. Su alma, alguna vez tan amiga de la mía, me estaba vedada a cal y canto por unos ojos ausentes y empañados.

Lo habían peinado con raya al costado, lo que le daba la apariencia de un niño que va a misa. Acomodé su manta, que rozaba el piso y la puse suavemente bajo sus piernas para que no se enredase con las ruedas de la silla. Salimos al día. El jardín era bastante decente, con frondosa arboleda y rampas que convergían en una fuente. Nos ubicamos bajo una pérgola vacía y, como si se tratase de un fogón, varios ancianos se fueron arrimando. Inicié mis intentos de acercamiento.

—Linda fuente, aunque ninguna va a superar a la de los cincuenta caños —aventuré, recordando lo que disfrutaba hablar de Segorbe.

Nada.

—Te manda saludos Mirta; le conté que estás muy bien y tan guapo como siempre.

No se le movió ni un músculo.

Decidí no atosigarlo con preguntas e inicié mi monólogo habitual. Hablé por un buen rato ante los oídos atentos de los otros viejos, cuyas mentes funcionaban mejor que sus relaciones familiares.

Una señora impolutamente vestida suspiró cuando mencioné el viaje a París y otra con un ovillo de lana preguntó por mis hijos, que ya conocía a través de mis anécdotas. Él permaneció impasible. Me pregunté si mis visitas le servían de algo, o si sólo lo fastidiaban. De todos modos quería darle la buena noticia. Al menos yo sabría que se lo había dicho.

—Estoy embarazada, abuelo.

No se inmutó.

Era hora de aceptar la derrota. Con algo de malicia producto de la frustración, lancé un chiste a la concurrencia, que se acercaba para felicitarme:

— ¡Y ayer vi un OVNI!

Sus pupilas se encontraron con las mías y me apretó con fuerza la mano.

— ¡Es terrible, Natalia! Son los marcianos, están por doquier. Acá nadie me cree. Nos ponen chips electromagnéticos en la comida para controlarnos, con complicidad de la cocinera. Ya encontré varios en la polenta y en el jugo de manzana, pero el día en que los metan en el dulce de leche, lo lamento, seré zombie yo también. Total, ya estoy viejo y no me importa, pero vos, ¡cuidáte eh!

La misma locura que me lo había quitado, ahora me lo traía de regreso, pero bajo sus propios términos.

NATALIA DOÑATE

Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/rockpuppet-34399

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