“Barlovento” parecía tan sorprendida como ellos. Era una casa de estilo mediterráneo de una sola planta, en la que se repartían el living, la cocina, el lavadero y dos dormitorios. Se encontraba situada literalmente en medio de la arena, a una cuadra del mar y algo alejada de la ciudad. Su fachada blanco tiza estaba maltratada por el viento y las viejas persianas de madera se apoyaban vencidas sobre los marcos de las ventanas. Alguna vez habían sido verdes.
No había jardín, pero sí varios arbustos, que de lejos parecían motas de pelo. Un sendero de arena compacta señalizado con pequeños postes de madera servía de entrada, tanto para los peatones como para el auto. El viento sabía a sal y hacía volar la arena proveniente de las dunas, que rebotaba como aguijones en las piernas de los invitados. El living era agradable, con ventanales amplios que miraban hacia el mar, un hogar de leños de piedra ennegrecida y dos sillones floreados, aparentemente confortables, que olían a humedad. La cocina era larga y estrecha y sus paredes lucían -o deslucían-
pequeños azulejos color jade. Ambos dormitorios, uno en suite y el otro no, tenían cruces sobre los respaldos de las camas. Los pocos muebles que había se las ingeniaban para desentonar entre sí. En esta morada desértica convivían sin luz ni agua varios ramilletes de plantas secas con forma de plumeritos que se quebraban al tocarlos, caracoles de diferentes tamaños y cuadros fantasiosos, típicos de los lugares de
vacaciones.
Los lectores allí reunidos eran de los más diversos orígenes y costumbres. Algunos tomaban mate, otros café. Al ver a todos ya acomodados, una mujer se incorporó nerviosa. Sufría de disfonía moderada, pero nadie lo notó. Escuchaban el discurso con sus propias voces:
—Sean bienvenidos. Hemos llegado al punto en que debo confesarles que no nos encontramos en un sitio real. O mejor dicho, no existe en otro lugar que en mi mente.
Los invitados se miraron confundidos. Un señor de traje se retiró ofuscado.
—Verán —prosiguió. —Nos encontramos en una casa de veraneo que visité en mi infancia. Con el pasar del tiempo le fui incorporando recuerdos y deseos hasta que, eventualmente, se volvió mi “Casa de las arenas”; el espacio donde reflexiono e imagino mis historias. Supongo que saben a lo que me refiero y probablemente ustedes tengan el suyo.
»Hoy me toca ser la anfitriona, y con mucha emoción y algo de temor, les abro las puertas. Gracias de corazón por elegir leerme hoy. Espero que lo disfruten y ya nos cruzaremos en otras casas, si es que no lo hemos hecho aún bajo otros rostros.
Los invitados se miraron entre sí. Ella se retiró, sabiendo que a partir de ese momento la velada dependía pura y exclusivamente de los lectores.
Tengo la ilusión de que hayan decidido quedarse.
NATALIA DOÑATE
Te agradezco me invites a tu living, encantado de participar de lo que tengas a bien compartir.
¿Cómo estás? Hace mucho que no nos cruzamos por acá. Un gusto tenerte de regreso 🙂
Corrijo: quise decir «la casa que añoro». Gracias Naty.-
Bueno, el de los dos comentarios de arriba soy yo, quería que salga mi nombre, no sé que hice…
Jajaja no sé, pero «alguien» sonaba misterioso!
¡La casa que añora! Aquí tiene un huésped señora…
¡La casa que añora! Aquí tiene un huésped señora…
Bienvenido!!