La tentación de cortar por lo sano

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Subsiste entre mis contactos un eminente cirujano, cuyo vínculo con mi persona carece de justificación al presente. Esta contravención inocente limita su punibilidad a los confines de este relato, a modo de excepción a la conclusión de que todos usamos al prójimo (moscas y arañas). No tengo nada que ofrecerle, más que el placer de pagar alguna deuda que aún no contrajo. Su ambición literaria conjuga la falta de fe ciega tanto en autores noveles como en Nobeles. ¿Mis razones para enviarle el borrador de mi novela? Una mezcla bien proporcionada de optimismo y estupidez.

Para abril lo recibí de regreso, pulcramente diseccionado. Respiraba esperanza. Me enfrasqué en descifrar una palabra que se repetía a lo largo de los márgenes en forma de firma. Los renglones tachados fueron la pista que me llevó a buen puerto:

“Resumir”,

“Resumir”,

«RESUMIR».

Amputados el 90% de los personajes y anécdotas varias, la pueril novela despertó del coma en un cuento corto bastante decente: una escritora perdía la fuerza creativa por buscar adeptos en las redes sociales. Como un David que emerge de un bloque de mármol, se había librado de lo superfluo. ¿Acaso era yo el mismísimo Michelangelo, lijando mis abscesos de ingenio? Procuré descansar el borrador unos días, pero, al retomarlo, seguía perdida. ¿Cómo reconocer la instancia final? ¿Cómo sabe el escultor que dentro del gigante no hay un niño, o dos -uno encima del otro-, o un caballo rampante?

Un mate mullido me ayudó a apaciguar el impulso de publicar e hizo de grata compañía durante otra ardua fase de síntesis. Ya no quedaba relato, sólo una frase:

“Tendemos redes, ignorando que somos la mosca”.

Tan magnífica obra merecía una portada acorde, un índice (si bien austero) y un anillado. Imprimí dos copias y envié la correspondiente al doc por correo expréss. Debió de leerla con ansias, pues llamó para vernos ese mismo día, arguyendo que requería más información.

Agradecida por el gesto, lo cité en un bar de Belgrano. Llegué temprano y dispuse mi copia del texto, el block de hojas y las lapiceras de colores en una mesa con buena luz. Me apenó no saber cómo prefería el café. Lo sé ahora.

Al grano.

—Así que tendemos redes. ¿Quién vendría a ser la araña?

Revolví la taza, pensativa.

—Supongo que son los demás. Que hay muchas arañas.

—¿Y quiénes son los demás?

Su interés me hizo ganar firmeza.

—En este caso, los que están al otro lado de la red. Los que me siguen para que los siga, los que comparten cosas que no leyeron, los que elogian la foto y no las letras. Aquellos que succionan la atención, el tiempo, la vida.

De reojo vi cómo apoyaba el celular en el regazo, los codos en la mesa, la frente en las palmas. Un dominó de carne que exigía una confesión.

—OK, ya veo. A veces, yo también soy araña.

—Sos mosca y araña —asintió.

—Sí, bueno. Todos somos mosca y araña.

Miró el reloj y entendí que la charla llegaba a su fin. Hice una seña al mozo.

—Deberías ser psicólogo, protesté. Pero si te sirve de algo, yo no quiero ser araña. Ni mosca.

Me extendió su copia abierta del manuscrito y señaló su aporte con un golpecito del índice: un diminuto signo de interrogación.

—Tranquila, ya sabrás qué hacer —dijo con amabilidad.

Presa de una ocurrencia, arranqué una hoja en blanco, la doblé al medio y se la entregué con una reverencia.

—He aquí la versión final —bromeé.

Comprendí que el chiste había salido mal cuando, tras ajustarse los lentes, asintió con aprobación.

—Es un buen comienzo.

Sobra decir que invité el café.

NATALIA DOÑATE

19 Comentarios

  1. Hola, Natalia. Me desespera ese final. Espero que esa hoja en blanco haya sido coronado por un replanteo y una reescritura y no como despedida de tu novela.
    Me gusta mucho como escribes.
    Un abrazo

    • Hola Mireugen! Muchas gracias por leer y escribirme 🙂 La historia es 100% ficticia, una exageración sobre el trabajo de edición que yo misma hago a mis historias. Por ahora, no hay novelas a la vista, aunque nunca se sabe.. abrazo y seguimos en contacto!

  2. Saludos,
    Cortar por lo sano, un bien, a veces difícil de concebir pero tan necesario. Hay ciertos momentos en la vida que en nuestro afán de querer cumplir con nuestros sueños, objetivos y propósitos arrancamos el auto, cogemos velocidad y luego nos cuesta parar a tiempo frente al semáforo. Cortar por lo sano, solo después de tantos y muchos fracasos, entendemos al fin que esto es la fórmula ganadora.
    Linda semana!

  3. Me ha chiflado tu texto literario, su tono, el discurso, el tempo, todo en el me ha mantenido en un punto de atención del que me daba pena salir… Muy bueno Natalia. Con tu permiso traslado una pequeña parte a mi blog con tu referencia para que otr@s puedan disfrutar de leerte. Muchas gracias.

  4. Los que entienden llaman a esto «metarrelato», es decir, «relato del relato». Sea o no correcto, me ha encantado leerlo y eso es lo que realmente importa. Mosca, araña u ornitorrinco. No hay mucha diferencia cuando viene el huracán.

  5. Tengo una experiencia con un cirujano que no sé si lee, pero escribe, y me lo figuro confundiendo la lapicera con el bisturí o viceversa tanto que se me revuelven las tripas.
    Debo tener bastante de mosca porque caigo seguido atrapado por la red de tus escritos.
    Abrazo.

    • Me hiciste reír! (Con el final.. lo del cirujano va más para historia de miedo, ya te podés ahorrar las pastillas de mañana!)

  6. Me gustó mucho este escrito. A veces la sincronicidad de las cosas sorprende y nunca lo suficiente. El título da nombre a lo que acabo de experimentar. Lo que has escrito describe algo muy compartido. Y en cualquier caso, me ha gustado mucho en lo literario. Creo que en ese justo momento en el que una se da cuenta de la tentación de cortar por lo sano, es cuando se da un paso hacia delante o hacia fuera, pero hay un cambio. Saludos:)

    • Muchas gracias, Olga, por tu comentario. Brindo por la sincronicidad, y por no dejar de sorprendernos. Y por el cambio!! Saludos y buen miércoles!

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