viernes, diciembre 27, 2024
Inicio Blog Página 15

Todo por amor

24
blog literario

 

            Me abandonó una tarde. Solía tomarse la hora del almuerzo temprano (como yo, que de pura ansiosa me siento a la mesa a las doce en punto) y regresaba al rato. En épocas de lluvia podía extraviarse por días, pero eventualmente volvía a mí. Esa simple verdad universal a la que tiene acceso cualquier cuerpo opaco me fue negada de repente y quedé sola, sin otro indicio de mi existencia en este mundo que un reflejo fantasmal en los vidrios de los locales.

Afortunadamente la gente de ciudad vive apurada y no notó su ausencia. En otros tiempos me habrían tildado de vampiro. Pero aunque no se tratase de un asunto de vida o muerte, pensaba en ella todo el tiempo. Extrañaba verla enflaquecer y volverse alta como un gigante por las tardes, o burlarme deformándose en las calles de adoquines.

Otras veces me seguía mansamente como un perro viejo, y yo sentía su presencia sin necesidad de voltear a verla.

Decidí luchar por ella.

Por semanas salí a buscarla. Cuando algún transeúnte con alma de boy scout me preguntaba si había perdido algo, le decía que un pendiente. Funcionó bien, hasta que un alma más inteligente que el promedio me hizo notar que llevaba ambos puestos.

Cambié de estrategia. Procuré atraerla a mí, volviéndome más interesante. Formé animales con las manos y usé vinchas con orejas de gato y de conejo con la ilusión de que le intrigara ver cómo le quedaban. Pero no apareció. Incluso probé darle celos, acercándome a extraños y compartiendo sus sombras, pero sólo logré sentirme más nostálgica (y algo juzgada, a decir verdad).

Dicen que el amor puede estar a la vuelta de la esquina, y al final, así fue. Una tarde me encontraba distraída haciendo cola para comprar café, cuando vi a un hombre muy atractivo unos pasos más adelante. A sus pies estaba ella, tomando a su sombra varonil de la mano. Parecían a gusto. Tenía que actuar rápido.

Me acerqué con mi mejor sonrisa y observé:

—Parece que nuestras sombras se enamoraron.

Me miró con curiosidad y rió. Ya de novios me confesaría que mi forma de encararlo le pareció adorable. Yo no recuerdo mucho de esa charla; sólo me importaba ver cómo reaccionaba ella. Para mi alivio, comenzó a imitarme. Por fin estaba completa de nuevo. Aparentemente se había encariñado con la sombra de ese sujeto y había sido arrastrada por su dueño como un papel pegado a la suela de un zapato.

Hice lo único que podía hacer para no perderla de nuevo. Lo miré a los ojos y con un gesto tímido le tomé la mano.

NATALIA DOÑATE

Imagen: Autor: Alejandra Quiroz, en Unsplash.com | CC0

San Valentín

6

            Estaba arrepentida, pero ya era tarde para cancelar. Lo que había iniciado como una idea romántica ahora se le antojaba un juego morboso. Escuchó el mensaje que ya sabía de memoria en el contestador:

—Feliz San Valentín, amor, a las nueve estoy por ahí.

Eran las ocho y media. Había velas, vajilla nueva y flores. Cursi para el estilo de ambos, pero por esta vez valía todo. Como a ninguno le gustaba demasiado el alcohol, se había decantado por un vino barato de cartón, que reposaba ahora con aires de nuevo rico en los delicados cristales. Imaginó lo cliché que se vería su copa cuando tomase un falso sorbo y la manchara con pintalabios.

Subió el horno para dar una leve recalentada a la carne con papas que había preparado. Mismo menú que el año anterior, salvo por el postre, que ahora tenía un touch gourmet: una base de limón, coco rallado y miel donde pondría la bocha de helado y la bautizaría con chocolate líquido. Se había lucido.

Miró el reloj y el corazón le dio un vuelco. Las nueve menos cuarto. Mareada, se sentó en el sillón y su cuerpo convulsionó en un llanto seco. Realmente había sido una idea muy estúpida. Pero los minutos siguieron transcurriendo y el teléfono no sonó. Esa mujer que le había arruinado el día no llamaría este año. Se sintió transpirada y fue a refrescarse al baño. Lo peor había pasado.

Por fin sonó el timbre. Vestía traje y traía un ramo de flores enorme. Estaba tan nervioso como ella.

—Perdón amor, llegué cinco minutos antes, pero es que me estoy haciendo pis.

Se abrazaron. —Técnicamente estás llegando un año menos cinco minutos tarde, pero te perdono —respondió encogiéndose de hombros.

Mientras él se dirigía cojeando al baño, ella desarmó apresuradamente su bolso del hospital. Había sido la peor época de sus vidas. El accidente, la mujer policía que le había dado la noticia por teléfono sin un ápice de empatía. Noches de incertidumbre en la guardia y horas eternas de silencio, interrumpidas ocasionalmente por la protesta de algún mueble de madera. Pero eran las nueve y diez y él estaba en casa. Le habían dado el alta dos días atrás y venía parando en lo de un amigo para hacer esa noche más memorable.

— ¡El horno!

Corrió a apagarlo entre risas, deleitándose por lo bien que le sentaba preocuparse por pavadas. No había sido tan mala idea, después de todo.

NATALIA DOÑATE

Imagen: Autor: Bruno Ramos en imagenesgratis.eu | CC BY-SA 4.0

Dos perdedores

4

            En el pasillo de la casa de mis padres, frente a un óleo enmarcado en presuntuoso bronce donde dos niños tomados de la mano -probablemente hermanos- se acercan al mar, grita en silenciosa súplica un pobre anciano. Tonos marrones delimitan su enjuto rostro en la fluida armonía propia de las acuarelas, pero en el centro, sus agonizantes ojos azules atraen la mirada sin enfrentarla, entretenidos en algo que escapa a la vista de este mundo. Probablemente algún transeúnte ofreciéndole pan o limosna.

El amigo del pintor me contó que se trataba de un mendigo retratado hace décadas en el barrio de Barracas. El desafortunado modelo había llegado desde un país lejano al puerto de Buenos Aires, donde pretendía pasar una breve temporada, pero se quedó dormido la mañana del regreso y el barco zarpó sin él. No tenía dinero para comprar otro pasaje. Tampoco hablaba el idioma. Eventualmente se volvió parte del paisaje, luciendo la expresión en la que lo inmortalizó el artista. Un Cronos de Goya pero sin maldad. Sólo desesperación.

¿De dónde provenía? ¿Por qué nadie lo ayudó? ¿Qué fue de su familia, si es que tenía una? ¿Cuánto lo habrán esperado la esposa e hijos en vano en el puerto antes de decidirse a regresar a casa sin él?

Espacios en blanco de una vida que se quedó al otro lado del mar.

Una anécdota incompleta.

La culpa es del tiempo, que se divierte jugando con los mortales. Por minutos, un buen hombre perdió su viaje y por un exceso de años transcurridos desde entonces, hemos perdido nosotros gran parte de su historia.

NATALIA DOÑATE

Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/rubenshito-48374

La autopsia

10

            —A partir de ahora es tuya, hacé con ella lo que quieras —dijo desentendido mientras cerraba por última vez la puerta de chapa y me extendía el llavero; una suerte de huevo de madera con tachas. Sentí su peso para nada insignificante en el hueco de mi mano y lo deslicé por el bolsillo del jogging, donde se balanceó como un péndulo hasta que volví a casa. Había supuesto que ese momento llegaría algún día, pero fue más práctico que emotivo. Como la última de las etapas de la muerte: “aceptación”.

La biblioteca ocupaba un pequeño espacio en el patio trasero de su casa, junto al cuartito de las herramientas. Yo la había frecuentado desde pequeña, tanto para pasar el rato como para jugar con la máquina de escribir, y, por ser la mayor de mis hermanos, era la única que tenía acceso ilimitado, lo que le daba un sabor especial. Los ejemplares, fruto de toda una vida de ahorro para costearlos, se alineaban en estantes “made-in-casa”. En un cajón, dentro de carpetas desvencijadas, se encontraban los escritos por mi propio abuelo, con los que entablaría amistad muchos años más adelante, al transcribirlos letra por letra al formato digital.

Ese pequeño universo, donde un señor llamado Ángel había pasado incontables horas de soledad-no-solitaria, era en su totalidad (paredes, libros y muebles) color sepia. La decoración, sencilla y rústica, se limitaba a una colección arbitraria de piedras moldeadas por el mar, fotos viejas y souvenirs. Dos recortes de periódico enmarcados en cartón: “La mujer más fea del mundo” y “El verdadero conde Drácula” adornaban las paredes. En un rincón sombrío desperdiciaba su juventud una figura femenina en yeso, obsequio de su amigo escultor, a quien nunca llegué a conocer.

Mi nueva adquisición, la entrada a ese portal al pasado, permaneció ociosa rodando de punta a punta en un cajón hasta un año después, cuando me mudé a mi propia casa. Conseguí unas cuantas cajas en la verdulería, trapos húmedos y un frasco de desinfectante, pues soy muy alérgica a los ácaros, y durante dos días me dediqué a la interminable tarea de limpiar los libros y guardarlos en las cajas, tratando de respetar su clasificación. Mi abuelo permanecía indiferente en la cocina mientras yo batallaba contra diversas especies de insectos y heces de roedor. El tercer día me cansé y arrojé los que faltaban en el baúl del auto. Ya tendría tiempo de acondicionarlos en casa, en mi flamante biblioteca de madera y vidrio que los esperaba a puertas abiertas. Los cuadritos y recuerdos quedaron atrás en su lugar original, algo desorientados por el exceso de espacio. No tenía sentido quitarlos de su hábitat.

Una década después mi abuelo fallecía sin haber preguntado jamás por sus libros. Eventualmente mi extensa biblioteca se transformó en placard de niña y sus integrantes se repartieron entre extraños. Aún conservo a mis clásicos favoritos, que contrastan con el estilo del playroom. A excepción de alguna que otra araña, nadie los ha vuelto a perturbar.

Mi análisis de aficionada dictaminó que la muerte de la biblioteca no fue al momento del desmembramiento de sus partes, sino anterior, cuando perdió el amor de su creador, quien, ojos y mente agotados, se dedicó a jugar apacibles solitarios hasta la llegada de su propia hora.

NATALIA DOÑATE

Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/honraeglor-42250

Oblivion

3
blog literario

            Juan y Gabriel, compinches de toda la vida, se hallaban aburridos en la plaza cuando sintieron el redoble de tambores. Minutos después, la gente se agolpaba a sus espaldas. Eran dos señores mayores muy queridos en el pueblo y nadie osó empujarlos.

El conocido charlatán vestía ropa colorida y tenía una sonrisa tatuada en el rostro. De un salto se incorporó a su taburete para dar inicio al desfile de tónicos y medicinas, que un asistente mostraba bajo su conducción. Primero aparecieron los yuyos tradicionales para el dolor de muelas, de reuma y el insomnio. Luego, tras un breve toque de trompeta, presentó las fórmulas para atraer el amor, curar el mal de ojo y soñar con el futuro. Pero todos sabían que lo mejor vendría al final, luego de la extracción de muela, y aguardaban con impaciencia.

El afortunado del día fue Don Jorge. Mientras lo maniataban a una silla, el ayudante entretenía al público con malabares y pequeños trucos de magia. Finalmente, trajeron al caballo y con música alegre, mucha destreza y algo de sangre, lograron liberarlo del dolor que sufría desde hacía un mes. El público aplaudió emocionado, pero el vendedor les dio la espalda y se quitó el sombrero. Se hizo el silencio.

—Damas y caballeros —dijo girando lentamente con solemnidad —hay momentos en la vida de un humilde servidor como yo, que quedan en la historia de su carrera. Por años he tratado con éxito infalible sus dolencias físicas, pero hoy la medicina ha dado un salto a la modernidad con una fórmula que les va a curar la mente. En mis manos -mostró un frasco del tamaño de una petaca que contenía un líquido rosado- tengo esta maravilla traída por su servidor de tierras muy lejanas. ¿Quién no ha vivido una situación que desearía olvidar? Todos nosotros, ¡incluso yo! Sí señores, no se sorprendan, yo también he tenido mi cuota de penurias.

»Nuestra cabeza -se golpeó la frente- es traicionera y nos devuelve malos recuerdos. ¡Nos tortura! Pero ya no más. ¡No más! Con esta pequeña botella ustedes tendrán el control. ¿Su mujer lo traicionó pero igual la ama? ¿Extraña a un ser querido y desearía descansar un poco de su memoria? Les presento a… –de fondo sonaba música embriagadora- ¡Oblivion!

»Conozco a innumerables pueblos y sus gentes, pero a ustedes los considero mis amigos personales y por eso los he seleccionado para el debut de esta maravilla. Sólo por hoy, tengo un precio tan especial como mis clientes favoritos. Pero antes, sé que son inteligentes y esperan pruebas. Y por supuesto, ¡las tendrán! Acérquense y vean.

Media hora más tarde, Juan y Gabriel emprendían juntos el regreso a sus respectivos hogares, cada uno llevando un frasco que apenas había podido costear. Estaban fascinados por las demostraciones del producto y no querían hablar para no cortar la magia. Por cinco minutos la señora Rodríguez había olvidado que su hijo había fallecido. Su tristeza fue terrible cuando perdió el efecto, pero enseguida bebió más tónico y se quedó alegre charlando con los vecinos. Nadie la juzgó, tenía derecho a unos momentos de paz.

El instructivo era simple. Había que pensar en lo que se quería olvidar e inmediatamente tomar el brebaje; un sorbo para un efecto de pocos minutos, un trago para olvidos de un par de días, la botella entera para olvidar para siempre. Con la idea de hacer el experimento más interesante, los amigos decidieron no compartir sus planes y encontrarse en la plaza dos días después a intercambiar sus experiencias.

El domingo por la mañana estaba fresco, pero emprendieron su caminata habitual. Juan parecía angustiado, así que Gabriel le dejó iniciar su reporte:

—Estoy sorprendido. Ese charlatán decía la verdad, el producto funciona. Sé que olvidé algo importante, pero no sé qué era.

Su amigo lo imaginó enseguida: el amor de su vida lo había abandonado y jamás se había recuperado del todo, pero no podía preguntarle directamente por miedo a arruinar el efecto, así que indagó:

— ¿En qué estuviste pensando en estos días?

—En verte hoy, en mi infancia en el campo, en mi perro Bobby, que falleció pero que no querría olvidar. Nada del otro mundo.

Estaba más que claro. Había olvidado a Marta. Le preguntó si estaba feliz.

— ¿Podés creer que no? Sé que hay algo que no debería recordar, y no lo hago, pero siento una opresión en el pecho que no puedo explicar. Me falta el aire. Creo que este remedio cura la mente, pero no el corazón. Y a vos, ¿te funcionó?

Gabriel pensó en contarle que había dado pequeños sorbos al remedio. Que había releído su libro preferido, sorprendiéndose como la primera vez. Que había tenido una cita romántica con su mujer y sentido mariposas en la panza. Que había redescubierto lo hermosa que era la vida y podía nuevamente prescindir de la fórmula mágica. Pero era un hombre piadoso y respondió:

—A mí sólo me dio diarrea. Es la última vez que le compro algo a ese chanta.

NATALIA DOÑATE

Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/Pix_Elle-50396

La nena invisible

5

            Había 27 papelitos para 26 alumnos -hoy 25, porque Emiliano G. estaba con gripe, pero lo habíamos tenido en cuenta. La profesora tomó el que había quedado sin dueño en el fondo de la bolsa y leyó: “Juan Carlos”. No servía de nada, algún vivo había puesto dos papeles. Se dirigió al curso fastidiada:

—Espero que el “chistoso” esté contento de habernos hecho perder tiempo. Ahora van a tener que arreglar este asunto durante el recreo. Es la última oportunidad de poner sus nombres en un papel, uno por persona y sortearlo. Si para cuando vuelva no lograron hacer algo tan simple, se quedarán sin amigo invisible.

No bien cerró la puerta, el curso entero miró al insurrecto del aula con reproche.

—Gracias, ¿eh?

— ¡Un amigazo!

—Pero qué bolu…

Julio se incorporó de un salto. — ¡Ey! ¡Que yo no fui!

Nos resultó extraño. Le encantaba alardear de sus travesuras, y si él decía que no había sido, no quedaba otra que creerle. Peores tretas había confesado, como pegarle un chicle a Laura en la cabeza (se tuvo que rapar una parte) o incendiar el cesto de basura. Incluso parecía ofendido de que lo creyeran digno de una broma tan inocente. Pero entonces, ¿quién lo había hecho?

Intrigados, comenzamos a leer en voz alta uno a uno los nombres que nos habían tocado. “Virginia”, en mi caso. Después de muchas idas y venidas y alguna que otra discusión, descubrimos que había dos “Marianas”. La única del curso que respondía a ese nombre negó rotundamente haber puesto un papel de más y nadie dudó de su palabra; su letra era fina y prolija como la de un calígrafo, mientras que la del “intruso” era grande e infantil y tenía un corazón sobre la “i”.

Intentamos recordar el momento de la recolección de los papelitos. Había sido a la vuelta del primer recreo y el aula era el mismo caos de siempre: gente entrando y saliendo, empujones, amigos de otros cursos. La bolsa había caído al piso, regando el suelo de papeles, pero, de ser esa la causa, debería haber faltantes y no sobrantes. Un verdadero misterio.

Sin más pistas que seguir nos resignamos a sortear nuevamente. Noté que una carita colorada nos espiaba desde la ventana, semi oculta tras un poster del cuerpo humano. Llegó mi turno y cuando desdoblé el papel me encontré con mi nombre favorito: “Nicolás”. El chico lindo del aula que me tenía enamorada desde tercer grado. Disimuladamente se lo mostré a mi mejor amiga, quien, como era de esperarse, pegó un grito desaforado y me hizo quedar como una estúpida.

Esa tarde regresé a casa con fingido desinterés, pero mi mamá me dio suficiente dinero para comprar un regalo del amigo invisible bien bonito, y me decidí por un muñeco articulado de Mario Baracus. Lo más complicado fue hacer la cartita con las pistas. Quería sonar graciosa y desentendida. Canchera. Dí mi mejor esfuerzo, pero estoy segura de que si la leyera hoy en día me avergonzaría. ¿Quién no? Con la plata sobrante compré cuatro sobres de figuritas de Rainbow Brite.

Al día siguiente llegué temprano para dejar la sorpresa en el pupitre de Nicolás, sin que nadie me viera. Me senté nerviosa en mi lugar habitual y disfruté de su cara de sorpresa al descubrirlo. Se volteó y me sonrió. Con alas en los pies y corazones en los ojos salí al recreo, pero tenía una tarea pendiente antes de poder cuchichear con mis amigas.

Encontré a la portera lavando tazas en la cocina y para mi desilusión me explicó que su hijita de seis años no la había acompañado ese día al trabajo. No me quedó otra que pedirle que le hiciera llegar mi regalito y le extendí el sobre rosado donde había puesto las figuritas y escrito con una letra de cada color: “Para Mariana, de tu amigo invisible”.

NATALIA DOÑATE

Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/miljan-50934

Volver

8
blog literario

            Los distintos paquetes de facturas, sándwiches y masas secas alegraban la sombría cocina. Era amplia y fresca pero antigua, cubierta hasta el techo por azulejos azul oscuro y protegida por un toldo de chapa demasiado extenso, diseñado para tapar el sol en épocas en las que no se estilaba tener aire acondicionado. Nos encontrábamos pasando un rato ameno entre sobremesa y charla. En su mecedora y rodeada de tres generaciones de parientes, ella movía con destreza las agujas. Finalmente, dijo:

—Para Rafa.

—Hermosa, abuela, muchas gracias.

Acaricié la mantita color celeste pastel y la hice a un lado. La vimos enrollar el resto de la lana en un prolijo ovillo y guardar las agujas en el costurero. Luego se incorporó.

—Ya me voy a casa.

Nos miramos con disimulo. Mi madre intentó distraerla.

— ¿Ya probó el budín de limón? Es una delicia.

—No tengo hambre, me voy.

— ¿Por qué no me muestra la lana? Podríamos ver qué colores le faltan y le traigo la próxima vez que venga.

Pero ella empezaba a angustiarse: —no, no, esta vez me tienen que dejar ir. Estoy cansada, quiero volver a casa.

Traté de hacerle entender que ésa era su casa. Pero me observó como si fuese una mentirosa hasta que no le pude sostener la mirada. No era la primera vez que esto ocurría, pero aún no sabíamos cómo manejarlo.

Ofendida tomó su bolso, su sombrero y un abrigo. Apenas nos hizo un gesto de despedida y ya se dirigía hacia la puerta, cuando mi hermano se incorporó de un salto.

—Tenés razón, vamos, yo te llevo.

Lo miramos con ojos desorbitados. ¿Qué locura pensaba hacer? Tomó las llaves del auto y le sostuvo la puerta con amabilidad. Los vimos partir sin entender hacia dónde se dirigían, pero no acabábamos de decidirnos a entrar, cuando los vimos aparecer nuevamente por la esquina. Habían dado una vuelta a la manzana.

El improvisado chofer la ayudó a descender del coche y señaló la fachada blanca.

— ¿Ves, abuela? Ésta es tu casa.

Con ojos vidriosos escudriñó el lugar y se rindió. Ante el alivio de todos entró y ocupó su asiento sin protestar. Rechazó el vaso de agua que le ofrecimos.

Mi hermano, que comenzaba a comprender la situación, aventuró:

—Vos lo que querés es volver a tu casa, pero a la de antes, cuando estaba el abuelo, ¿no?

La vimos asentir con tristeza. No podíamos hacer nada. Pero luego alzó la mirada y esbozó una sonrisa.

En sus ojos llenos de añoranza pudimos adivinar que una parte de ella, efectivamente, había logrado regresar.

NATALIA DOÑATE

Imagen: Autor: Viktor Hanacek

Los verdugos

5

Desperté a medianoche por culpa de unas risas en la cocina. “Estos fracasados, cómo se nota que no tienen que madrugar mañana“, pensé. Me acerqué sigilosamente y noté que uno de los cuatro habituales, el de la cintura como reloj de arena, había sido reemplazado por un hombre de carne y hueso, algo flacucho y con anteojos. Tal vez algún genio del IT. Tomaban como siempre mi café de mejor marca como si estuvieran en su propia casa, pero eran educados y yo sabía que lavarían todo y dejarían unos pesos sobre la mesa. No entendían nada de inflación, pero el gesto estaba. Charlaban con amabilidad, guardando las formas, por lo que deduje que se trataba de otra de sus reuniones laborales. Pensé en pedirles que bajasen la voz y seguir durmiendo, pero me intrigaba el humanoide, así que permanecí escondida.

El más grandote y anciano parecía estar haciendo su show habitual de mea culpa, comentando que su parte estaba hecha en tiempo y forma, pero que había esperado mejores resultados. El rojo con cuernos, que siempre vestía de impecable traje y a mi parecer era el jefe, le puso una mano en el hombro y dijo con voz tranquilizadora:

—Yo no te culpo, Guerra. Divide y reinarás. Siempre ha funcionado y lo seguirá haciendo. El que parece estar fallando es Pereza. Veo a la gente trabajar muchísimas horas al día, llegar agotados a sus casas y aún así no dejar pasar un minuto sin hacer algo, aunque sea un video en las redes.

Pereza sacudió la cabeza, ofendido.

—Caballeros— dijo. —Por siglos he intentado que el hombre sea más holgazán. Y lo he conseguido en casos puntuales, pero la realidad es que su naturaleza es inquieta y tiende al movimiento. Por eso en esta era me ocupé de volverlos perezosos, pero de mente. No se dejen engañar, muchas de las tareas que los ven realizando son infructuosas y sus cerebros son cada vez menos utilizados. Estoy llegando al punto de inflexión en el que ya les agota tanto pensar, que prefieren dejar las decisiones importantes de sus vidas en manos de terceros.

El cornudo de traje sonrió satisfecho.

—Mis disculpas si te ofendí, querido amigo. Es una grata sorpresa ver cómo te mantienes actualizado y buscando soluciones y confío en que tu proactividad va a ser un factor de inspiración para todos nosotros. Espero excelentes resultados a largo plazo, que es como solemos manejarnos. De todos modos, temo que nos hemos ido por las ramas.

«La reunión de hoy es para presentarles al nuevo integrante del equipo. Como habrán oído, Tiempo no logró adaptarse a la velocidad de la vida moderna y ha decidido retirarse. Así que, sin más, le doy lugar para que se presente a sí mismo. Por favor, caballero.

El hombrecillo, que hasta entonces había permanecido callado, se incorporó con gracia. De pronto su cuerpo empezó a mutar, a cambiar de color, de tamaño, de sexo, de vestimenta. Se volvía grande como Guerra, luego pálido como Pereza. Le brotaban cuernos y alas. Era fluidez pura. Con voz cautivadora, comenzó su pequeño discurso, dejando a las otras criaturas y a mí como sumidos en un trance:

—Buenas noches, hermosos entes. Me siento bendecido de estar aquí entre camaradas tan distinguidos…

Yo, que hasta entonces espiaba entre bostezos desde el rellano de la puerta sentí un escalofrío. Estábamos condenados. Frente a nosotros se encontraba el mismísimo Corrección Política.

NATALIA DOÑATE

Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/luisthen-49830

Cumplemes de un cuento al día

16

El 2 de enero hice mi primera entrada en WordPress y el 6 me encontré subiendo el último cuentito que tenía dando vueltas por la casa. Pensé «¿y ahora, qué?». Ahí me puse el objetivo de crear uno, íntegramente nuevo, cada día. Hoy, con 31 cuentos más en mi haber (algunos más mejorcitos que otros, como era de esperar), puedo decir que aprendí algunas cosas:

  • Hacer uno al día me obliga a aceptar ideas que de otro modo habría rechazado, y a veces me encuentro con la sorpresa de que a otros les gusta algo que subí porque no me quedaba otra (me pasó especialmente con Detector de idiotas).
  • Navegar relajada los textos de la gente que sigo es mucho más enriquecedor que hacerlo en otras redes; acá se le pone mucho amor y esfuerzo a cada entrada.
  • El tiempo pasa y no dejo de alegrarme cada vez que me entra una notificación con un comentario de ustedes (cabe un especial agradecimiento a Ana P., que se nota a la distancia que es una gran persona).

Gracias a todos por haberme acompañado en esta experiencia y veremos cómo sigue. Por lo pronto, ya tengo casi listo el cuento de mañana 😉

Nos leemos!

Nati

Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/selena_pag-55557

Paseo dominguero

7
blog literario

            La flamante embarcación “Carlos A.” tenía dos alternativas de recorrido: Puerto Madero y La Boca. Yo, guía turística sin estudios y sin la menor idea de lo que estaba haciendo, también tenía dos opciones, pero opté por quedarme. Había conseguido el trabajo por recomendación de un amigo de la familia y no había huida airosa posible. Acomodé los papeles donde tenía impresos los puntos de interés, que ya sabía de memoria, y tomé el micrófono.

—De parte de nuestra capitana Verónica y de su humilde servidora aquí presente les doy la bienvenida al viaje inaugural. Esta embarcación es un catamarán con tecnología de última generación, que dispone de compartimientos estancos para evitar hundimientos. ¿Alguien sabe qué significa esto? Bien, que en caso de accidente (altamente improbable en esta zona) hay sectores independientes a los que no llegaría el agua. Nos dirigimos ahora hacia el primer punto de interés…

Todo marchaba viento en popa. Entre los rostros desconocidos pero amables, resaltaba el de un señor de noventa y dos años. Mi abuelo. Papá lo había traído para que me acompañara y, sentado derechito en el fondo, disfrutaba del paseo en silencio. Siempre tenía buen temple y era muy agradecido de las salidas, a pesar de que éstas eran altamente frecuentes y su compañía disfrutada por todos.

Pronto nos adentramos en el sector que yo más temía. Si bien tenía anotada toda la información a compartir, jamás había hecho el recorrido sin turistas, y no tenía idea de dónde se encontraban los edificios a señalar. Hasta donde supe después, gracias a las observaciones de una pasajera demasiado bien informada, le erré a dos. Pero quién sabe, pueden haber sido más. Aun así nadie se molestó. La parte de la Boca fue más amena y pude explayarme con gusto sobre la vida del pintor Benito Quinquela Martín y sus donaciones a los vecinos del barrio, entre la que se destacaban el Museo de la Ribera, con sus colorinches butacas y el Hospital de Odontología.

Atracamos por un rato y los turistas pudieron bajar a estirar las piernas y comprar recuerdos. Estaba aliviada; pronto volveríamos al punto de salida y cada cual seguiría su camino, olvidando para siempre a la pseudo-guía. En el tramo de regreso yo debía hacer la temida pregunta: “¿alguien quiere consultar algo?” pero no me animé. Así que volví con el micrófono apagado y charlando con los pasajeros más próximos y cordiales.

Por fin llegamos. Tenía una semana para quitarme el susto de encima y prepararme mejor. Me despedí con alegría y saludé a mi padre que se acercaba con cara de preocupado. De pronto, comprendí todo. Sin mediar palabra corrimos al auto y conducimos de regreso a Caminito, donde pudimos localizar rápidamente al abuelo siguiendo los lamentos de un desvencijado acordeón.

NATALIA DOÑATE

Imagen: https://www.freeimages.com/photographer/rociitoxx-55522